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¡10 euros en un bar!

Hoy tengo una anécdota de las que me gusta contaros.

A eso de las 6 de la tarde, me ha apetecido un pincho de tortilla de patata, así que como con el embarazo no puedo dejar insatisfechos mis antojos, he entrado al primer bar que he visto, en plena calle Alfonso. El bar estaba a petar, porque todo el mundo quería ver a sus Majestades los Reyes Magos en su paso por Zaragoza.

Con mi pincho de tortilla calentito, he metido la mano en el bolsillo, y me he topado con un papel de publicidad que me habían dado poco antes, con la pinta de un billete de 10 euros, pero  con algunas letras y tal. Al verlo ahí tan mono, he tenido una idea genial. Llevar a cabo un experimento social, estratosféricamente cataclíptico, con tintes tenues de celebérrima y nigérrima magnificencia. Sublime, misericordioso.

El experimento consiste en resolver el siguiente enigma. ¿Cuánto duraría un billete de 10 euros encima de la barra de un bar, sin nadie que lo custodie?

Como los billetes de 500 euros se me habían acabado en ese momento, he doblado convenientemente el que me habían dado de publicidad, con el fin de ocultar las letras que no estarían en un billete de verdad. A continuación, lo he colocado en un rincón de la barra, lo suficientemente alejado de las camareras como para que no se lo llevaran, y me he encendido un cigarrito.

Los resultados han sido los esperados, ni más, ni menos.

Mientras yo fumaba y terminaba mi café, una mujer mayor (de las que van con el «taperguare» siempre en el bolso, por si las moscas), ha pasado junto a nuestro amiguito el billete, al que voy a llamar Simón. Lo ha mirado, y ha pasado de largo con cara evidente de «Volveré».

Poco después, un hombre hablando con el móvil también se ha percatado de que Simón estaba solo, en la barra. Lo ha mirado, ha dado un par de vueltas, y ha puesto la mano con disimulo, como apoyándose. Ha cogido a Simón en sus garras, lo ha mirado a los ojos, y tras ver que era un impostor lo ha arrojado al suelo.

Yo he empezado a partirme el C*L* de risa, y el hombre también, al darse cuenta de mis oscuras intenciones.

He vuelto a colocar a Simón en el mostrador, con la esperanza de que la señora Terminator volviera. Efectivamente, así ha ocurrido. Pero esta señora no ha tenido miramientos. Caminaba directa hacia nuestro pequeño y falso amiguito, sin mirar nada más que el gran tesoro que yacía en la barra. Y entonces…

¡PLAF! Manotazo al billete. Yo ahí no he podido contenerme más, y al ver su cara de decepción, ya he empezado a reírme, esta vez a carcajada limpia. Tanto es así que la camarera me ha dedicado una mirada de pocos amigos, y un grupo de amiguetes italianos que había hablando a mi lado se ha callado de repente.

Con este panorama, he decidido abandonar el local y seguir con mis quehaceres.

Sólo tengo una cosa que decir: ¡Qué maravilloso es este país!

Y ya está 🙂

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