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¿Optimismo o bendita inocencia?

Hoy voy a romper mi largo silencio bloguístico con una tontería con la que me estuve partiendo el c*lo hace unas semanas, y que demuestra algo que para mí es una obviedad.

Pues bien, resulta que las personas somos optimistas, sin más. Es por naturaleza y, aunque a veces nos cueste verlo, es una constante independiente de la edad, del género, de la raza o la longitud de la nariz. Veamos un ejemplo práctico e ilustrativo.

Hace algo más de un mes (sí, llevo reteniendo esta historieta desde entonces), fui a Grancasa a comprar el regalo de cumpleaños para la bella doctora. Finalmente no me decidí y no compré nada, pero bueno, al menos lo intenté. Fui en coche, directamente al salir de trabajar, pues me pilla de paso.

En ese centro comercial, como en todos, en el aparcamiento hay unas maquinitas donde tienes que meter la tarjeta que has cogido al entrar, y con eso te calculan lo que tienes que pagar, si es que has excedido el límite gratuito. En la planta «menos dos» hay dos de estos aparatos.

Aquel día ocurría algo muy curioso y es que, si bien en una de las máquinas no había nadie, en la otra había una fila de unas treinta personas esperando pacientemente. Yo hice lo propio, y me puse a la cola. Y aquí viene el fenómeno inesperado:

Durante esos aproximadamente 5 minutos que pudieron pasar hasta llegar mi turno, unas 15-20 personas intentaron ir a la máquina sin fila, dando por hecho que a los demás nos gusta esperar, que la máquina sin fila funcionaba, y que estaba ahí, solita, esperándoles a ellos para que pudieran pagar sin esperas e irse a casa a ver la televisión.

Con cada uno de aquellos personajillos optimistas que de verdad creían que era su día de suerte, mi sonrisa iba en aumento, hasta que con el décimo de ellos no pude evitar soltar una carcajada mientras pensaba:

– ¿De verdad crees que todos estamos esperando por gusto?

– Vale, habrás pensado «ya, pero ¿y si nadie ha probado antes? ¿Y si todo el mundo ha preferido no hacer el tonto y hay una máquina libre que realmente no está estropeada?

– Iluso… ponte en la fila y no me hagas reirme más 😀

Lo cierto es que pasé un buen rato, observar en silencio es una buena forma de amenizar una espera. A falta de buena música, buenos son los optimistas.

Con esto me despido, esperando que el arrebato de hoy por escribir no sea algo puntual y que pueda volver a soltar mis chorradas cibernáuticamente.

Y au! 🙂

PS: Muchacha… vamos a cenar que tenemos una serie pendiente 🙂

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¡Este febrero tiene premio!

Hoy he decidido romper mi silencio bloguístico para compartir algo que os hará felices.

El caso es que recibido una frase que me ha hecho pensar. Resulta que este mes de febrero, y ojo que esto es algo que se repite cada 832 años, es muy, pero que muy, especial. ¡Atentos!

«De acuerdo al Fengshui, este febrero no se repetirá en nuestro tiempo de vida. Porque este febrero tiene 4 domingos, 4 lunes, 4 martes, 4 miércoles, 4 jueves, 4 viernes y 4 sábados. Ésto solo pasa una vez cada 823 años. Es llamado las bolsas de dinero.»

Después de tan curiosa afirmación se insta a la gente a compartirlo con sus contactos para empezar a recibir dinero a diestro y siniestro.

Como no podía ser de otra manera, he empezado a hacer cálculos complejos, integrales extrañas e incluso técnicas de cómputo cuántico para llegar a la conclusión de que, efectivamente, es cierto. Según mis estimaciones, hay más cosas que podéis hacer para empezar a ganar dinero:

– Enviar una foto en topless al autor de esta entrada
– Comprarle un coche
– Hacerle una transferencia de 500 euros
– Decirle lo chachi que es este blog

De cualquier forma, no perdáis la oportunidad de enriqueceros gracias a este conocimiento tradicional chino.

Espero que mis consejos os hagan más felices y afortunados.

Y au! 🙂

PS: Bájate en la esquina, no me la líes 😀

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La del pizzero escalador

Hace que no os cuento alguna anéctota chorrona. Ésta que os voy a contar ocurrió hace unos dos años, y llevaba idea de contarla pero fue pasando el tiempo y quedó en el tintero. El caso es que este fin de semana pasado fui a Huesca con la bella doctora y salió el tema en el bar. Os cuento, no tiene desperdicio.

El caso es que la bella doctora vivía enfrente de un Dominos Pizza (o como se escriba). Pues bien, un día estábamos en su casa y nos apetecía algo de cenar, pero la vagancia nos pudo y pensamos: ¿Por qué no pedir una pizza?

Dicho y hecho, cogimos el teléfono, llamamos al Dominos y encargamos una de nuestras pizzas preferidas. Todo era felicidad, nos la traían a casa, no había que fregar, todo iba bien. Sólo teníamos que esperar media hora y TACHAAAN!!

Por otra parte, estábamos haciendo el bien por la población mundial. Porque veamos, un repartidor tendría que venir sin utilizar la moto y sin jugarse la vida, sólo tenía que cruzar el paso de cebra y llamar al timbre. Seguro que se puso super contento (qué ñoño queda eso) y cuando preguntaron quién llevaba la pizza levantó la mano todo entusiasmado.

Por fin pasó la media hora y sonó el portero automático. Fui hacia el telefonillo y recordé un pequeño detalle que había olvidado por completo:

– El ascensor estaba roto cuando llegué… seguramente no lo habrían arreglado.

Y pensaréis… bueno, tampoco es para tanto. Y no, no sería para tanto si no fuera porque hay un pequeño detalle que no os he contado:

– Estábamos en un sexto piso.

Pues efectivamente, el pizzero se chupó los 6 pisos andando para traernos una pizza a la acera de enfrente. Tampoco llevábamos suelto para dejarle propina, así que lo único que ganó es quemar calorías y mejorar su culete a base de ejercicio saludable. Cuando sonó el timbre del piso, la conversación fue esta:

– Hola, aquí tiene su pizza (pizzero jadeante).

– Ajá, muchas gracias, ¿cuánto es?

– Son xxx euros. Por cierto, ¿sabe que tienen el ascensor estropeado?

– ¿Ah sí? Vaya, no tenía ni idea. Que pase un buen día, gracias.

PUM. Puerta cerrada…

La bella doctora no quiso ni acercarse a la puerta, prefirió quedarse en el salón partiéndose el c*lo mientras yo pasaba el mal rato con Don Pizzas. Desde aquí un cariñoso abrazo para él, aquel día nos hizo muy felices dándonos de cenar.

Pues nada, hasta aquí la historia del Pizzero Escalador, otro día os cuento más cosillas interesantes.

Y au! 🙂

PS: Buena guardia, y cuenta atrás para Oporto!!

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¡A mierda todos!

Hoy voy a escribir un post corto, pero es que estoy indignado con la estupidez de la gente que va de culta, moderna, «cool» e «in».

Desde pequeñitos nos cuentan que poner artículos a los nombres propios no está bien. Así pues, decir «la Mari», «el Paco» y similares es, según las normas gramaticales del español, incorrecto.

Esto se ha llevado completamente al extremo, hasta el punto de que se quita el artículo a cosas cuyo nombre lo incluye. Pongamos algunos ejemplos clarísimos:

– El palacio de La Moncloa: Ahora si quieres encontrar al presidente de turno tienes que ir a Moncloa, que es un sitio más culto.

– El palacio de La Zarzuela: Pues no… Juancar vive en Zarzuela.

La Coruña: Si yo fuera gallego mataría a quien llamara Coruña a mi ciudad.

– La cordillera de Los Pirineos: Vámonos a Pirineos a esquiar.

– Mi barrio de llama Las Delicias, no Delicias como algunos lo llaman.

– El campo de fútbol que hay en Zaragoza se llama La Romareda, no Romareda.

Hay algunos nombres que me hacen dudar, como por ejemplo lo que para mí es la República Dominicana. Hay gente que le quita el artículo pero realmente no forma parte del nombre, creo. Aun así, me parece estúpido quitar el artículo a algo cuando no es necesario. ¿Para qué? En cambio, he de admitir que hablo de Estados Unidos, sin artículo. 

Dentro de poco, yo me llamaré «Tasa» de apellido, compraré en «Corte Inglés» y cuando quiera comprar comida iré a los supermercados Árbol. Y es que definitivamente me toca cojones la estupidez de gente. Me iré de fiesta a Casa del Loco o a Encantadora, escucharé Canto del Loco, veré Señor de Anillos, bailaré Macarena de Del Río y todas las absurdeces que se me ocurran.

Como diría un celebre personaje del imperio: ¡¡A MIERDA!!!

Y au! 😀

PS: Celebraremos los 4 años con una hamburguesa en Rivendel? O prefieres algo más fino?

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¡Vaya mente más turbada!

Por cosas como éstas suelen decirme que estoy fatal, pero creo que hoy es un buen día (como cualquier otro en realidad) para escribir esta entrada.

Cuando somos niños nuestra mente es inocente, sólo vemos bondad y nada nos resulta «raro». Conforme pasan los años nuestro cuerpo empieza a cambiar así como el de la gente que nos rodea. Empezamos a tener curiosidad por ver cómo ha cambiado el cuerpo de nuestras vecinas, nuestras hormonas se alteran y todas esas cosas que ya conocéis. Es entonces cuando empezamos a verle el sentido a cosas que hasta entonces no se lo veíamos. Vamos a ver algunos casos:

1. ¿Colega, dónde está la cola?

Hace unos años yo era monitor en un grupo de tiempo libre y tenía a mi cuidado chavalillos de entre 8 y 11 años. Un buen día en un campamento de verano estábamos haciedo una actividad en la que utílizábamos pegamento para pegar papel y se me ocurrió decirle a uno de mis niños:

– Esteban, por favor, ve a Luismi (otro monitor) y pregúntale dónde tiene la cola.

Esperé pacientemente a ver la cara de Luismi cuando el niño fue a preguntarle y…. ¡CLARO! Ocurrió lo que yo pensaba, Luismi empezó a partirse de risa ante la cara atónica del muchacho. ¿Qué diferencia hay entre la mente de Luismi y la del niño? Obvio, unos 25 años de diferencia :-).

2. La canción del velero

Realmente no entiendo como la gente no entiende lo mismo que yo. Cuando la canción salió al mundo mi cabeza interpretó lo que interpretó, pero no sé muy bien por qué todo el mundo con quien lo comento cree que estoy fatal. Ellos creen de verdad que es una pareja que se va en barco bajo el sol, y la muchacha le pone el sombrero al muchacho para que no se le queme la cara. Y…. ¿por qué juegan a pillar? ¿Por qué el gemidito inicial?

Veamos:

EDITO: El video ya no está disponible.

Tú me pillas, yo te pillo, te voy a atrapar… Quiero montarme en tu velero, ponerte el sombrero y hacernos eso… ¡Ay, ay, ay! Me sube la marea, tu cuerpo lo pide, juguemos a no pensar… 

3. El primer hombre que pise tu luna…

¡Y todavía hay más! Hace unas semanas me fui a Jaca con la bella doctora. De vuelta a casa, en la radio sonó una canción de Melendi que de repente arrancó una sonrisa a los dos. No os lo voy a poner tan fácil esta vez, os dejo que lo busquéis vosotros.

EDITO: El video ya no está disponible.

Podéis escuchar la canción entera, la verdad es que me parece muy bonita. Pero si os interesa más comprobar si vuestra mente es normal o es como la mía, saltad al minuto 3:25 y escuchad con atención 🙂

4. Como anillo al dedo

Podría pegarme la vida con estas cosas pero para ir acabando os pondré una en la que no había caído hasta que mi compañero Almóvil la comentó.

Ayer en la oficina estábamos riéndonos porque hay una muchacha (o señora, no sé qué edad tendrá) que se llama Anette. Imagino que ella no le ve gracia porque es extranjera pero nosotros no podemos evitar sonreír cuando leemos su nombre a «la española».

En medio de nuestras risas, este compañero dijo:

– Mucho os reís, sí… pero a nadie se le ha ocurrido malpensar cuando hablamos de anillos, ¿verdad? Mirad, mirad: «¡¡Me viene como anillo al dedo!!».

P*to Almovil… nunca volveré a escuchar esa expresión sin sonreír 😀

Pues hasta aquí mi lección de hoy, mis queridos hobbits. Como véis, todo esto no resultaría para nada llamativo, ni mucho menos gracioso, si nuestra mente no experimentara cambios durante la pubertad.

Y au! 🙂

PS: Otro día de posguardia, estoy deseando que me preguntes cosas como «¿Tú cuántos días necesitas comer?»

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Kilos virtuales y delgadez psicológica residual

Hoy voy a romper la terrible racha en la que no he podido aportar teoremas loixianos a vuestras insulsas vidas. Y no uno, sino nada más y nada menos que dos teoremas nuevos, completamente desconocidos en la red hasta la fecha.

Si bien es cierto que algunos compañeros de trabajo ya los han podido escuchar, la inmensa mayoría de la población mundial todavía está huérfana de éste mi conocimiento. De modo que, vamos a ello:

Teorema de los Kilos virtuales:

Con este nombre he bautizado a los kilos que nos engordamos en fechas señaladas en las que los excesos gastronómicos hacen que no quepamos en la ropa. Es muy común decir «me he pillado dos kilos estas vacaciones», pero no se trata de un aumento real ni significativo, pues varios días después de volver a nuestros hábitos alimenticios esos kilos desaparecen.

También suelo llamarlos virtuales porque un par de pasadas provechosas por el cuarto de baño suelen hacerlos desaparecer.

Este teorema no es aplicable sólo a cuando engordamos. También cuando adelgazamos se produce este fenómeno que tanto me fascina. Podemos pensar que hemos perdido un montón pero es bastante posible que hayamos hecho «mucho pis» o «mucha caca», así que no debemos bajar la guardia, puede que nuestro adelgazamiento sea virtual.

¿Cómo identificar los Kilos virtuales? Pésate cada 2 o 3 días, y cuando en varias mediciones veas el mismo resultado, el peso es real.

Teorema de la delgadez psicológica residual:

Este nombre tan estrambótico y bello es el más adecuado que he podido encontrar ante este otro fenómeno de la naturaleza.

Hace cosa de 2 años yo pesaba como 15 kilos menos que ahora. En principio no me preocupa, teniendo en cuenta que mi vida se ha vuelto más sedentaria y además he dejado el tabaco. Volveré a hacer deporte y a cuidar mi alimentación y todo volverá a la normalidad (es además mi propósito para este año).

Hasta aquí no es nada curioso, le pasa a mucha gente. De lo que no todo el mundo se percata es de que cuando llevamos mucho tiempo siendo «delgados» (al menos no gordos), nuestra mente nos recuerda así por mucho que nos engordemos. Y esto da lugar a situacioes curiosas, como la que os voy a contar:

A veces en mi casa la bella doctora está sentada en el centro del sofá. Yo pienso «Muy bien, voy a sentarme a su lado» y cuando procedo a hacerlo resulta que una parte no despreciable de mi musculado trasero acaba aplastando a mi joven compañera de piso. ¿Qué ha ocurrido aquí?

Lo que ha ocurrido es que en mi mente me recordaba más delgado, y al ver ese hueco en el sofá he pensado que sería suficiente para mí. Peeeeeero no ha sido así 🙂

Eso, amigos míos, es lo que yo llamo el síndrome de la delgadez psicológica residual y puede arrancar las risas de vuestras víctimas o, si no las conocéis demasiado, hacer que os llevéis una buena y merecida colleja.

Hasta aquí mis enseñanzas de hoy, otro día más y mejor.

Y au! 😀

PS: No hay nada como tener a un médico buscándote el pulso en el codo!!