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Una canción para cada situación

El otro día se me rompió un auricular de los que uso con mi “emepetetrés”. Como sabéis (y si no pues ya os lo digo ahora) yo siempre vuelvo a casa andando desde el CPS, para que me salgan 40 o 50 minutillos de andar diarios. Y hoy, de camino, me he dado cuenta otra vez -porque ya me había pasado más veces- de lo importante que es la música en el mundo.

En todos sitios hay música. En los bares, en la radio, en el autobús, en los móviles, en los “emepetetreses”… Incluso hay servicios (BAÑOS, vamos) en los que mientras estás disfrutando del trono puedes escuchar música clásica!! Tremendo!

Bueno, a lo que iba. La cosa es que sin música lo único que puedes hacer es pensar y pensar, en las paranoyas que se te puedan ir ocurriendo, unas entretenidas, otras sobre la universidad, qué harás mañana, blablabla…

Y yo esta tarde pensaba en cómo determinadas canciones pueden alegrarte, entristecerte, ponerte nostálgico, ….Es una cosa increíble!

Cuando echo de menos por ejemplo el pueblo, pongo la música que ponían allí, y es como que por un momento me veo sentado en las piscinas o en el Pentagrama, cubata en mano y jugando a los dardos.

Cada música tiene un lugar al que te lleva cuando la escuchas. No entiendo por qué no pasa con otras cosas, como la comida. Igual que pasa con las canciones, podemos disfrutar de unos macarrones en cualquier parte, pero yo NUNCA pienso “oohh… comiendo estos macarrones es como si estuviera en tal sitio”. NO. En cambio sí que me pasa con las canciones, que me recuerdan a un lugar en particular.

Ha habido música que escuchaba mucho en determinados momentos de mi vida, que luego no acabaron tan bien como desearía yo, que nunca he podido volver a escuchar. Cosas curiosas cuanto menos. No permitiría que ocurriera eso con un buen bocadillo de panceta y unos huevos fritos, eso está claro.

En fin, que igual que comenté que el papel higiénico es uno de los grandes inventos de la humanidad, creo que la música es uno aún mejor. Nos entretiene, hace reír, ilusiona, entristece, tranquiliza, altera…

Este tema no es nuevo, y está claro que a todo el mundo se le habrá pasado por la cabeza alguna vez. Y bueno, como de tooooodas las paranoyas pervertidas y psicóticas que iba pensando en el camino, ésta es la única que puedo contar sin quedar MUY MAL delante de quien lea esto -que gracias a dios es poca gente-, he decidido escribirla.

Otro día irá algo más marrano! :-P

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El aprecio por las cosas buenas

Hoy he estado pensando en todas esas cosas que, siendo imprescindibles en nuestra vida, no valoramos lo suficiente. Cosas que sólamente el día que nos faltan vemos lo que realmente son para nosotros, lo cómoda que nos hacen la vida, y lo triste que es perderlas. Pondré un ejemplo bastante simple, aunque aplicable a objetos, y como no, a personas: EL PAPEL HIGIENICO.

Realmente… quien piensa en el papel higiénico? Todos sabemos que hay un rollo al lado del retrete, y que si se acaba hay 2 rollos más en el armario encima del lavabo, o algún otro sitio cercano y accesible. Yo creo que a lo largo del día nadie se plantea que en un WC no haya papel higiénico, excepto si entras a algún bar y no hay (que entonces lo pides en la barra), o sales por ahí de juerga, y en ese caso te llevas un poco de casa, o “clines” (si eres mujer), o te aseguras de que sólo orinarás (si eres hombre). Pero… qué pasa si estás en tu casa y acabas el último cuadradito de papel? No queda más en ninguna parte, excepto en el super de la acera de enfrente. Resulta que algo tan aparentemente inútil y que pasa tan desapercibido se convierte en una fuente de amargura.

Si preguntas por los grandes inventos de la humanidad te contestarán “la bombilla”, “la electricidad”, “la moneda y los bancos”, o incluso, por qué no, “INTERNET”. Pero… acaso alguien te nombrará el papel higiénico? NONONONONO… No lo hará nadie. Y esto es sólo un ejemplo de algo que no valoramos.

Y como el papel higiénido muchas otras cosas que no vemos que están ahí, pero que cuando no están nos damos cuenta de lo importantes que nos son.

He dicho …

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El saber es bueno

Resulta que estos días me acuerdo de lo que alguna vez dijo mi profesora de filosofía en 1º de bachillerato: “El saber nos hace libres y felices”. En su día cuestioné esa afirmación, ya que si no sabes que tienes un problema, en realidad es como si no lo tuvieras, puesto que lo desconoces, y no puedes ni solucionarlo ni preocuparte por él. Hasta hace bien poquito seguía defendiendo que la “bendita ignorancia” nos ahorra preocupaciones.

Una persona “feliciana” (así la llamaba Merche) es alguien que vive aparentemente feliz, pero que se siente dichoso viviendo en la ignorancia sin saberlo. Realmente es cómodo no tener ni idea de lo que pasa a tu alrededor, porque la mayor parte de tus problemas no sabrás ni que existen.

La ignorancia puede ser voluntad directa del sujeto, o consecuencia de su poca necesidad o interés por aprender cosas nuevas.

¿El inconveniente? Algún día tu mundo de las hadas se irá a pique, y no sabrás hacer frente a la situación, te vendrán bastantes problemas de golpe, y te desbordarán.

La mejor solución es empeñarse en aprender, observar, escuchar, no dejar que los pequeños detalles se te escapen. El conocimiento pone a tu alcance posibilidades que no conocías, descarta posibles malas interpretaciones, elimina las dudas (pero te crea otras que hacen que quieras seguir aprendiendo)… Nunca hay que dejar de conocer cosas nuevas.

Sobre todo, y esto es algo que he aprendido no hace mucho, todo lo que aprendes puedes utilizarlo para bien tuyo o de los que tienes alrededor. Y en caso de que quieras utilizarlo en tu beneficio, una buena opción es no dejar que los demás sepan que “lo sabes”. Es algo que puede resultar útil, sobre todo para salvar pequeños (o no tan pequeños) contratiempos y situaciones embarazosas que puedes sufrir en tu vida diaria.

Merche… gran lección. Realmente “El saber nos hace libres y felices”.

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El clero y el sexo

El clero. Son gente que renuncian a muchas cosas por su fe. Cosas como por ejemplo echarse chorba o practicar el sexo (madre… no sé como viven).

Y el otro día lo pensaba. Si yo fuera cura, y pasara la tía mas buenorra a mi lado, con su escote y sus andares, ¿qué haría yo? Porque vale, yo tengo a Dios, que me quiere y me cuida pero… ¿acaso con semejante pivón no iba a estar bien atendido? 😛

Hay varias opciones. Está la opción de quitarme la sotana para siempre, ponerme guapo y salir a ver si me la encuentro otra vez, condones en mano. Tambíen podría pensar “bueno, lo elegí yo”, y vivir amargado* con mi castidad (pero tranquilo porque hago lo que quiero hacer, con sus pros y sus contras). O está la opción intermedia (aunque no sé si la mejor): Acordarme del santo día que decidí ponerme la sotana y recurrir a mis 5 amiguitos de siempre (pulgar, índice, corazón, anular y meñique) para aliviarme. Luego una duchita de agua fría, muchas oraciones para que el Señor me perdone, y a seguir con mi vida casta y pura, llena de buenas acciones e ilusión por el prójimo.

* Digo amargado aunque en realidad ellos no creo que se sientan así. Se apoyan en su fe, que es lo que les ayuda a renunciar a todo lo que renuncian y vivir felices y contentos. Debe ser buena la fe, aunque, ¿qué es exactamente?

Un religioso, y mucha más gente, diría que es “creer aunque no veas”. Para mí no es exactamente eso, sino que es más algo como “creer, veas o no, sin que nadie sea capaz de convencerte de lo contrario”.

Yo creo que en realidad todos tenemos algo de curas. Todos tenemos nuestra fe en algo, y por supuesto momentos en los que esa fe se tambalea.

Lo dificil es saber qué decisión tomar, si seguir lo que estamos haciendo y además hacerlo de buena gana, dejarlo y buscar algo que de verdad nos llene, o poner una tirita, una solución temporal hasta la próxima ”prueba de fe”.

“Los caminos del señor son misteriosos”, he dicho…

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