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Lo egoísta del altruismo

Momentos convulsos éstos. Mientras el coronavirus va haciendo sus cosas la gente sólo podemos intentar protegernos lo máximo posible, evitar situaciones de riesgo, quedarnos en casa y matar el tiempo como buenamente podemos.

Podría decir que me siento afortunado de algún modo. Por suerte o por desgracia mi empresa sigue funcionando y no tiene pinta de que la situación vaya a cambiar. Mi novia es médico y tiene trabajo hasta hartarse. El trabajo y, por tanto, el dinero no deberían ser un problema, gracias a dios. No tengo hijos ni familiares enfermos más allá de mi abuela, que está en una residencia y por la que por desgracia poco puedo hacer desde aquí, salvo llamarla cuando puedo e intentar entretenerla. Así que estoy llevando todo esto, dentro de lo que cabe, bien.

Esta semana estoy trabajando desde casa, lo que me permite ahorrarme un buen rato de conducir y salir a mi hora. Con la compra de la semana hecha, todo el tiempo desde que termino de trabajar es para mí. Así que estoy pudiendo leer, ver películas, hacer bicicleta estática para no oxidarme más y, cómo no, para una de mis grandes aficiones, reflexionar.

Y el tema de hoy es el egoísmo.

No paro de ver, en todas partes, actitudes incomprensibles. Yo quiero ir aquí, pues voy. Yo no quiero estar en casa, pues me doy una vuelta para hacer compras (un paquete de pipas). Yo quiero ir a eventos multitudinarios donde contagiar a todo hijo de vecino, pues voy. Yo quiero… yo quiero… yo hago… Hay esperanza y también se ven cosas maravillosas, a ellas dedicaré un post otro día pero, hoy, a lo que estamos.

A todos los egoístas he de deciros que la estrategia que adoptáis no es la óptima. Y es que a veces no hay nada mejor para uno mismo que dar a los demás. Y para ilustrar, iremos a un ejemplo práctico. Hace alrededor de 18 años, estando de campamento, jugamos un día a un juego que me dejó atónito:

Estábamos 4 personas y era un juego individual. Cada uno tenía 3 cartas, y podíamos elegir cómo jugarlas. Dependiendo de nuestras decisiones podíamos ganar cada uno 10 puntos, 8 puntos, o ninguno. Con los puntos que obtuviéramos podíamos comprar la cena, el saco de dormir, una linterna… Todos intentamos ganar los 10 puntos y, como no podía ser de otra manera hubo tres personas que no ganaron ninguno. De repente el monitor dijo algo que me marcó:

Bien, habéis perdido.

¿Sabéis por qué? Habéis intentado ganar sin pensar que si hubierais jugado pensando en los demás habríais conseguido 32 puntos entre los 4.

Con esos puntos tendríais la cena, un par de sacos de dormir y la linterna de propina.

OJO… si hubiéramos pensado en equipo aun siendo individuos diferentes habríamos ganado todos. Nadie habría ganado el máximo, pero todos hubiéramos cedido sólo una pequeña parte del máximo posible.

Esto es lo que veo en el día a día. Y cuando digo que es posible hacer las cosas de otra manera la gente me tacha de loco. No lo soy, y cuando te das cuenta del error caes en lo que has perdido (o en lo que podrías haber ganado).

Ahí queda mi reflexión de hoy.

Además dejo una frase que me viene a la cabeza muchas veces últimamente. Ya desde hace varios años pero, especialmente, en estas últimas semanas:

… cada ocasión de ser útil que no aprovechas es una infidelidad …

Sin más, me despido por hoy, ahora voy a hacer algo que adoro.

Y au! 🙂

PS: Y a ti, mi bella compañera que endulzas las cuarentenas, sólo te diré: COMER COMER COMER COMER COMER COMER COMER COMER COMER COMER COMER …

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Coronavirus, trabajo y teletrabajo (Parte I)

Llevo días queriendo desahogarme con este tema, pero tenía la esperanza de que la situación cambiara. Hoy he llegado a la conclusión de que no va a ser así, de modo que ya no veo razón para no escribir esta entrada, que será probablemente la primera de una serie en la que hablaré de cómo se ha planteado la crisis del coronavirus en la empresa en la que trabajo.

Antes de nada, un poco de contexto. trabajo en una empresa que distribuye *** a *** y ***. Soy informático y mis labores van siempre relacionadas con el mundo de las webs, por lo que mi presencia en la oficina es, lógicamente, absolutamente opcional. He puesto asteriscos porque no creo que éste sea el sitio adecuado para poner a parir a una empresa (aunque en este caso lo merezca), creo que las cosas hay que decirlas cuando, donde y como hay que decirlas, todo a su tiempo. Pero, para que os hagáis una idea, es una empresa bastante grande y se mueve en un sector crítico.

Pues bien, el miércoles pasado, 11 de marzo, ante expansión del virus, se nos convocó a todo el departamento para comunicarnos que se nos mandaba a casa para trabajar desde allí indefinidamente. La noticia me alegró, ya que vi que la empresa se preocupaba por nosotros y trataba de minimizar riesgos en la medida de lo posible. A medio día estábamos todos desmontando nuestros ordenadores y partiendo hacia casa para terminar la jornada desde allí.

A la hora de cenar llegó un mensaje diciendo que a una mujer de las altas esferas, cuyo nombre no mencionaré, no le había parecido bien que el equipo de Zaragoza trabajara desde casa. Así que a la mañana siguiente volvimos todos a trabajar a la oficina.

Por alguna razón que no llegué a entender, hay jefes en la empresa que no quieren que teletrabajemos todos a la vez. Deben pensar que teletrabajar significa irse de vacaciones. Así que sólo permitieron que medio equipo trabajara en casa, de forma que la historia quedó de la siguiente manera:

  • Equipo rojo y equipo azul. Cada equipo trabajará desde casa una semana y se irán alternando.
  • La gente en la oficina se sentará lo más dispersa posible de forma que nadie del equipo rojo se siente en ningún sitio tocado por el sitio azul.
  • No podemos bajar al comedor porque ahí comen los del almacén. Tenemos que comer en la pequeña sala que tenemos para tomar café. No podemos fregar los platos porque no hay fregaderos.
  • No podemos comer más de tres personas a la vez porque no hay margen para dejar sitio entre nosotros. Esto se traduce en que comemos en el sitio.
  • No podemos hacer reuniones presenciales, siempre por videoconferencia.
  • Lógicamente no podemos tocar puertas ni nada que toquen otras personas.

Esto fue el jueves. La verdad es que el jefe de mi departamento se lo curró un montón e intentó crear un plan de acción lo más seguro posible. No tengo quejas sobre él, el pobre se está comiendo un marrón que no quisiera yo por todo el oro del mundo. Yo, la verdad, es que es una persona a la que tengo en buena estima y a la que admiro por considerarle alguien justo y razonable. Todo hay que decirlo, lo bueno y lo malo.

El fin de semana el gobierno decretó el estado de alarma. Se insinuó que sería obligatorio trabajar desde casa, aunque luego el Real Decreto se olvidó de incluirlo. Quedó como una recomendación pero no obligación legal, así que cada empresa hará lo que le parezca mejor.

Inmediatamente la empresa preparó un documento en el que se dice claramente que yo, _______, trabajo en _____ y mi trabajo es absolutamente indispensable para abastecer de *** a *** y *** de todo el territorio nacional. Yo, un informático que hace webs. Este papel está diciendo algo que es absolutamente falso.

Rápidamente preguntamos por qué era tan indispensable para la empresa que 30 informáticos que hacen webs (y otras cosas más frikis con bases de datos enormes) estemos en la oficina. Y la respuesta que nos dieron fue:

Imaginad que hay un super contagio, los del almacén se ponen todos malos a la vez y hay que cargar un camión. Tenéis que estar para poder ir corriendo a meter las cajas.

Esto ya es esperpéntico. Porque digo yo:

  1. Si tan crítico es, ¿no debería haber varios equipos de gente del almacén, uno trabajando y otro de guardia por si pasa esto?
  2. ¿Cuál es la probabilidad de que todos a la vez enfermen?
  3. ¿Cuál es la probabilidad de que todos ellos enfermen justo al mismo tiempo, en horario laboral y mientras cargaban un camión?
  4. Si esto ocurriera, ¿no sería suficiente una llamada telefónica para que en 20 minutos todos los informáticos estemos allí para cargar el camión?

Tenernos en la oficina por un hipotético riesgo prácticamente imposible de que se produzca introduce algunos problemas que no me parecen insignificantes:

  1. En caso de desbordamiento de los hospitales, cosa que sí es bastante probable, ¿qué nos pasará si tenemos un accidente de coche?
  2. Acudiendo a la oficina aumentamos más riesgo de contagiarnos, o peor aún, de contagiar a otros compañeros, a sus familias, a los del almacén que cargan los camiones.
  3. En mi caso particular, un contagio mío supondría una cuarentena a una médico. Por la cabezonería e insensatez de alguien que no entiende que teletrabajar significa «trabajar a distancia» el sistema sanitario puede perder personal. Y no es que yo sea especial, hay más personas con parejas en el mundo de la sanidad.
  4. También hay personas que sencillamente tienen a su cargo a personas mayores o con problemas de salud que les hacen más sensibles. Esta gente también es muy importante.

Llevo cuatro días trabajando y no he hecho absolutamente ninguna tarea que no hubiera podido realizar desde casa, concretamente desde donde estoy escribiendo esta parrafada. ¿Me quiere alguien entonces explicar qué coj*n*s estamos haciendo allí?

Y ojo… me encanta teletrabajar un día a la semana pero no me hace ni p*ta gracia pegarme un mes entero recluido en casa sin salir. Me gusta ir a la oficina y es una excusa para ver el sol y tomar el aire. Si me estoy quejando es porque, responsablemente, la decisión más sensata es quedarse en casa.

Lo que peor llevo de todo son las formas, las excusas, la actitud irresponsable en una empresa relacionada con el sector de la s*n*d*d. Sólo espero que por esta actitud no acabe pasando alguna desgracia porque entonces, ¿qué dirá la señora de las alturas?

En fin… otro día os seguiré contando.

Y au :-).

PS: Ni Londres, ni Gurrumendi… Levantaremos esto!

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¿Solos en el cielo?

Llevo algunos días dándole vueltas a un tema que, si bien puede parecer una chorrada, me da que pensar. Veamos:

Hace ya muchos años que dejé de creer en dios en cualquiera de sus formas y colores. De pequeñito rezaba con mi abuela, también cuando entraba a clase en el colegio, comulgué y todas esas cosas, pero no tardé en darme cuenta de que algo no cuadraba y muy pronto decidí que dios no podía existir.

Esto es un problema porque elimina algunas cosas buenas de las religiones, como por ejemplo la posibilidad de ir al cielo. Para un ateo, el cielo puede ser «el cariñoso recuerdo que tus seres queridos guardan de ti», pero para un creyente es mucho mejor: El cielo es un lugar de encuentro donde te están esperando todos los que se han ido antes que tú. Desearía poder tomarme un cocido de mi abuela, contarle cómo me ha ido el día y escuchar sus sabios consejos. O comerme unas «tajadicas» con mi abuelo y echar un guiñote, que me enseñara a hacer nudos de corbata para cuando me voy a hacer el masón o que me cantara «Es un chico excelenteee» mis próximos 500 cumpleaños. Pero, en principio, esto no va a poder ser.

¿Qué esperanza queda entonces? Pues la idea que algunas personas comparten de que «somos energía y que, al morir, ésta se transforma en otra». Mmmm… vale, esto me va gustando un poco más, podemos pensar que nuestro cuerpo (o cerebro) tiene energía almacenada, un alma tal vez, y que se puede convertir en otra cosa igual que la energía potencial de un cuerpo se convierte en energía cinética mientras cae.

Según esta concepción, que tampoco me parece la leche de científica, cabría pensar que al morir puedo reencontrarme con mis seres queridos o incluso quedarme por aquí y ver gente desnuda sin que me pillen. Pero, en este punto, aparece un nuevo problema:

Suponiendo la energía «almística» (así voy a llamar a la energía esa que comento, la del alma) se queda por aquí pululando nosotros, los vivos, no podemos verla de modo que: ¿qué nos hace pensar que los muertos sí la verían?

No sé si me estoy explicando pero, si los vivos no podemos ver una energía que supuestamente está ahí, ¿por qué las energías iban a poder verse entre ellas? Así que veo dos opciones:

OPCION A: Realmente esa energía no existe y cuando nos morimos nuestro cuerpo se descompone y dejamos de existir. Sólo quedará de nosotros el recuerdo en nuestra gente y, finalmente, nada.

OPCION B: Todos nos convertimos en «almas pululantes» que no se ven entre ellas. Mis abuelos están por aquí y cuando yo muera estaré cerca de ellos pero no podremos vernos mutuamente ni interactuar. Si esto es así, tampoco habría razón para vernos si en lugar de quedarnos aquí nos vamos todos a otro sitio, que podría llamarse cielo. Y en este caso… ¿estaríamos todos solos en el cielo?

Desde luego no voy a empezar a creer en nada a estas alturas de mi vida, pero este tema me parece interesante para reflexionar. Ahí lo dejo…

PS: Somos majos… Y suertudos.

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Cuando en lugar de la solución eres el problema

Cansado… cansado de las feminazis, de la extrema derecha, de los corruptos, de los indepes, de las líneas rojas, cordones sanitarios, «activas y pasivas», «no es no, Señor Rajoy» y demás inventos variados cuyo único propósito es dinamitar cualquier posibilidad de mejorar las cosas.

Me canso de ver como la gente finge intentar cambiar las cosas bloqueando cualquier alternativa y criticando a quien busca otras vías para conseguir ir a algún lado.

Di mi voto (tres veces) a alguien que pensaba que podía hacer algo bueno. Sí, Naranjito, me refiero a ti. Podrías facilitar un gobierno y luego hacer de Pepito Grillo, aportar cordura y suavizar las posturas. Pero no… eliges decir «no» a cualquier diálogo y después criticar a Pedrito por intentar hacer su trabajo y gobernar.

Sí, eres incapaz de presentar una alternativa con más votos que aquella que rechazas y te limitas a bloquearla sin proponer nada mejor. Además de negarte a ayudar, criticas a quien intenta buscar una solución sin ti. Más que Naranjito deberían llamarte El perro del Hortelano.

Por no querer ser parte de la solución te has convertido en parte del problema y no volverás a contar con mi voto.

Tú, Pelos, también tienes parte de culpa. Afán de protagonismo a toda costa, si no tuyo al menos el de tu esposa. No asumes que has perdido la mitad de tus votos y, en lugar de ayudar, te limitas a exigir. Parte del problema tú también.

También vosotros, los de siempre, los buitres. Los que revolotean en círculos a la espera de una nueva ocasión para exigir privilegios y dinero. Los que durante 40 años han estado chupando y chupando del bote mientras sembraban discordia, o la permitían, en su tierra.

Desde luego Pedrito no es santo de mi devoción como tampoco lo es la Calva, carga pública donde las haya. No… vosotros habéis perdido el norte así que tampoco creo que seáis la solución.

Últimamente pienso mucho sobre esto: 300 y pico personas metidas en un hemiciclo y cobrando un dineral son incapaces de hacer su trabajo y ponerse de acuerdo. Es posible que ese puñado de personas movilicen a un país de 50 millones para votar, con todo lo que eso supone tanto económica como humanamente. No hacen su trabajo y harán que los ciudadanos lo hagamos por ellos. Así no.

Si de mi dependiera les encerraría en el Congreso hasta que hubiera fumata blanca, sin salir hasta que haya un nuevo Papa de Gobierno. Si en 15 días no lo consiguen, los 400 a la calle, sin cobrar, inhabilitados de por vida en política y fin de la historia. No hay que obligar a nadie a trabajar en lo que no quiere, pero tampoco conviene dejar que cobre gratis si no hace su trabajo. Otros vendrán.

Sin más… Hoy sólo quería acordarme de ese pequeño grupo de iluminados que sin hacer nada acaparan la atención de todos los telediarios.

Y au! 🙂

PS: Comer, comer, comer, comer… Roma? Pizzas?

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Visita a un cementerio de San Francisco

La pasada Semana Santa estuve con la Bella Doctora en San Francisco. Habíamos estado hace dos años durante nuestro viaje por la costa Oeste de Estados Unidos con nuestros amigos, los portugueses, y nosotros dos volvimos con la sensación de que nos había faltado tiempo para visitar la ciudad más tranquilamente. Es por eso por lo que decidimos volver.

Tuvimos 6 días enteros para ver todo lo que nos habíamos propuesto y añadimos algunas cosas más que nos parecieron interesantes. Una de ellas fue el Cementerio Nacional, en el parque Presidio.

Fue un sitio que me hizo reflexionar, por muchos motivos. En primer lugar, llama la atención lo admirados y respetados que son los militares en Estados Unidos. Se les entierra con honores, se les recuerda y mucha gente visita las tumbas para rendirles homenaje. Había tumbas de militares del SXIX, de diferentes rangos, y también de sus esposas, pues las enterraban junto a los maridos una vez éstas fallecían.

No me imagino, y es una pena, que en España tuviéramos algo así. En primer lugar porque a los militares no se les tiene en tan alta estima como allí, y en segundo lugar porque no sé yo si mucha gente estaría por la labor, teniendo en cuenta que ni siquiera somos (son) capaces de ponerse de acuerdo en qué hacer con el Valle de los Caídos.

Otra cosa que me hizo reflexionar es la cantidad de símbolos que pueden encontrarse en las lápidas. Vimos cruces cristianas, estrellas judías, la escuadra y el compás de la masonería, lápidas que parecían rocas sin pulir, anillos, apretones de manos esculpidos, libros, palabras sin aparente sentido, águilas y otros muchos. Hay quien no prestará atención a esos detalles, pero a mí personalmente me parece muy significativo lo que una persona se empeña en dejar tallado en su tumba, que es lo que quedará de él con el paso de los años. Si alguien pone «Bártulo», seguro que quería decir algo, ¿no?

Me pareció un lugar muy interesante. Se respiraba un ambiente de absoluto respeto por la gente que allí descansa, y también de tolerancia ante la diversidad.

Me gustaría que llegara el día en que aquí, en España, viéramos judíos ortodoxos con sus tirabuzones sin que nadie los mirara con extrañeza. O que la gente no pensara en oscuras conspiraciones al decirles que eres masón. O cosas mucho más mundanas como poder vestir como te dé la gana sin que nadie se cruce de acera o esté a punto de sacarte una foto para mostrarla a sus amigos.

No hay muchas cosas que envidie de Estados Unidos pero, sin duda, su respeto hacia los símbolos nacionales y la normalización de la diversidad cultural, racial, sexual etc. sí son algunas de ellas.

Ale, otro día más :-).

Y au!

PS: No, hoy tampoco te digo que he escrito, si quieres entras y lo miras 😀

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Cuatro meses y banderón de Aragón

Este domingo hará 4 meses que dejé de fumar…

Realmente no es que me apeteciera dejarlo, me gustaba y no me suponía un gasto excesivo de dinero. Sentarme a programar con mi música «de programar», mi café y mis cigarros era uno de mis mayores placeres de la vida. También estaba bien el cigarrazo de después de las comidas, y era lo suficientemente «poco adicto» como para fumar sólo los cigarros que me sabían buenos, nunca antes de desayunar.

Pero todos sabemos que fumar no es buena idea, y diría que casi todo el mundo tiene alguien cercano muy j*didillo por haber fumado durante muchos años, o incluso fallecido. Así que, como con cada cigarro compraba una papeleta para el sorteo del cáncer y otras enfermedades, hubo que dejarlo.

Dejarlo no es fácil, he probado cigarros electrónicos, pastillas, «fuerza bruta» y otros métodos y hasta ahora siempre he acabado recayendo. Una vez aguanté 6 meses, otra un año, otra año y medio, pero al final siempre volvía. En este nuevo intento decidí no utilizar ningún refuerzo que no sea mi fuerza de voluntad, y a ver qué pasa. Y os cuento cosas que me están ayudando:

  1. Pensar que nunca más harás algo hace que dejar de hacerlo sea más duro. Por eso yo me he hecho a la idea de que a los 75-80 años volveré a fumar. Entonces podré fumar tabaco o porros, para entonces no creo que tenga tiempo suficiente para destrozar excesivamente mi cuerpo.
  2. Fumando tabaco de liar, gastaba unos 11 euros a la semana, que es entorno a 1,60 euros diarios. Decidí guardar ese dinero echando 2 euros cada día que no fumara para comprar cosas en las que de otra forma no me gastaría ese dinero. Esos 40 centimos extra diarios son la recompensa por hacer un esfuerzo.

Con estos pequeños «minitruquillos» consigo llevarlo bien. En general no suelo acordarme salvo momentos muy, muy puntuales. Me pillé un par de kg o así pero ya los he perdido, así que todo va sobre ruedas.

Después de estos 4 meses guardando dinero, me he dado un capricho con el que muchas veces había soñado, mirad:

Sí… es una bandera de Aragón, mi tierra querida, con su escudo bordado. No es una bandera para poner en el balcón sino en un despacho con su mástil dorado, al estilo de la de los ayuntamientos :-D. Sí… ha costado una pasta, pero oye, hay quien hubiera comprado 200 gatos de esos que mueven el brazo, yo decicí esto.

Problema… Ni de coña hubiera pensado que un mástil de esos con su punta de lanza arriba pudiera costar más de 150 euros. Así que… ya que he empezado con mi capricho, no me queda otra más que ahorrar 75 días más y darme el gustazo. Cuando acabe… empezaré a «construir» mi móvil nuevo.

En fin… toca seguir y a ver si esta vez es la definitiva.

Y au!

PS: San Paco estuvo bien, ahora hay que preparar Vietnam!

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