Ayer fue un día memorable, estuve en Barcelona, acabé en mi pueblo, y vi actuar a Juako Malavirgen que, una vez más, me dejó con agujetas en la tripa de tanto reírme.
Pero no voy a hablaros del viaje en esta ocasión. En lugar de eso voy a contaros algo que me ocurrió ayer durante la visita a Barcelona:
Para enseñarnos el recinto, hicieron dos grupos, y nos llevaron por dos recorridos distintos. Mi guía era un hombre con acento catalán cerrado, melenas, y bastante majete el hombre. Y bueno, el recorrido fue más o menos así:
1. Escaleras: Nos explicó dónde estaba la «Sala Blanca», cómo era, tal y cual.
2. Sala: Nos dijo que los informáticos deberíamos trabajar más con hardware, nos comentó impresiones y nos animó a meternos en esos temas que él estudia (son interesantes, pero yo soy un negado).
3. Tras doblar la esquina, nos enseñó un poster, nos lo comentó y soltó una coña sobre curas.
4. Bajamos escaleras, parada junto a una máquina enorme.
5. Llegamos al «jol», nos contaron cuatro cosillas.
Ahora empezaba la segunda parte de la visita, en la que los dos grupos íbamos a hacer el recorrido que nos faltaba, así que, a ello nos dispusimos, y el recorrido quedó algo así:
1. Escaleras: Nos explicó dónde estaba la «Sala Blanca». Me mosqueó un poco, pero pensé que el hombre estaba haciendo tiempo hasta que nos dejaran ir a verla.
2. Sala: Nos habló de los informáticos, de que deberíamos trabajar más con hardware, nos comentó impresiones… Un discurso bastante parecido al anterior.
En este momento pensé: «Pobre hombre, ha olvidado que ya nos ha contado esto, y nos lo está repitiendo sin querer. Y lo peor, la gente, qué mamona, podría avisarle». Pero decidí que igual les dio vergüenza cortar su discurso, como me daba a mí, así que me callé. Tal vez seguía haciendo tiempo.
3. Tras doblar la esquina, nos enseñó un poster. Algo en mi interior, aunque no sabía qué, me decía que iba a hablar de los 15-20 nanometros de aquella imagen. Así lo hizo. Yo pensaba:
– ¿Pero de verdad nadie se está dando cuenta de que este señor no rige? ¿En serio?
Empecé a agobiarme cada vez más. Era el único que se preocupaba por la salud mental de aquel señor. El único que estaba flipando en colores al ver que nos estaba contando LO MISMO. A nadie parecía importarle, escuchaban con atención. Tal vez el problema era general, y la gente tampoco se acordaba de lo que les había contado. Debía ser eso, sin duda. El lugar producía amnesia, pero yo me había salvado.
Luego fue la coña de los curas, OTRA VEZ. La gente, igual que antes, volvió a reírse. De modo que pensé:
– Vamos a ver… ¿en serio os hace gracia otra vez? ¿En serio soy el único al que aún le llega sangre a la cabeza? ¿Nadie me entiende? Estaba a punto de explotar, el agobio podía conmigo.
4. Bajamos las escaleras, parada junto a una máquina enorme: Os podéis imaginar, ¿no?
Aquí vino el climax. En el grupo había alguien que no debería estar allí. Era Sara, una chica que había ido a caer en el otro grupo. Mi vida dio un vuelco, así que decidí mirar alrededor. Había más gente del otro grupo… Ahora quedaba lo más complicado, deducir lo que estaba pasando.
Tras todo tipo de métodos estadísticos, inducciones matemáticas y otras herramientas de cálculo megatrónico, entendí lo que estaba pasando:
ME HABÍA CAMBIADO DE GRUPO SIN QUERER.
Este minúsculo y totalmente comprensible error de cálculo supuso las risas de todos mis compañeros a lo largo del resto del día. Tampoco es para tanto, digo yo. Pero bueno, yo os lo cuento, porque tal vez os ahorre algún que otro disgusto. Si alguna vez os pasa algo parecido, sabréis que os habéis equivocado.
Y au! 🙂
estás fatal muchachito
TOOOONTO!
¿Nunca te han llamado «parras»?
Pues…. yo juraría que no 😀