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Darío Morales, mi espectro favorito

Hoy voy a contaros la historia de Darío Morales, un teleco de bien, mi espectro favorito.

Es una persona habladora, jovial, afable. O al menos eso pensábamos todos, hasta mi reciente viaje a Turku (Finlandia), en el que la de la guadaña pasó a visitarle, y nos dejó en su lugar a un espectro.

Vamos allá!

La cosa es que después de la cena, ya en el barco, abrimos unas botellitas de vodka  y Martini, y nos decicamos al humilde arte del bebercio. Después de un par de horitas en el camarote, decidimos ir a la discoteca a echar unos bailes.

La discoteca estaba llena de tías zumbables, o como se dice coloquialmente , «pa perder un michelín a empujones». Entre ellas había una cubana de la leche, las filipinas del glamour, unas jovenzanas de dudosa mayoría de edad y en busca de rabos adultos… Vaya, de feminidad estaba bien la cosa, aunque solo fuera para el deleite de la vista.

Darío se fue a dormir pronto, como suele ser habitual en las fiestas, aunque él lo niegue. Por el contrario,  su amigo, el galán Aldana y yo seguimos la fiesta hasta que decidimos ir a dormir.

De nuevo en el camarote, tocamos un poco los huevos al teleco dormilón. Sí es cierto que entre cánticos, movimientos de su litera y demás, puede que el pobre mozo acabara enfadado. Pero lo que viene a continuación no tiene desperdicio.

El día siguiente (tres horas después en realidad) empezó con un inmutable silencio. Darío no nos dirigía la palabra a ninguno de los tres. No nos miraba, no nos contestaba. La primera media hora resultó gracioso, pero sin quererlo ni beberlo habían pasado 6 horas, y Darío seguía sin hablar.

Las horas seguían pasando, y sin darnos cuenta llegamos a las 7 de la tarde, cuando teníamos que volver al barco. El espectro nos seguía a todas partes sin protestar, sin decir nada. Se limitaba a sacar fotos, y a mandar mensajes con el móvil. Pero si le preguntábamos cosas, no nos miraba a la cara ni, por supuesto, nos contestaba.

El día terminó, y nos despertamos el domingo pensando que tal vez, Darío nos devolvería el preciado bien de su palabra. Pues no… no fue así, y la situación continuó. La vuelta a casa fue parecida a lo que vino siendo el día anterior. Los otros tres hablábamos en la medida de lo posible, aunque el cansancio empezaba a notarse en los ánimos de todos.

Ya en el «Banana building», nuestro edificio, Darío abrió la puerta y entró sin darnos tiempo al galán Aldana y a mi a entrar. No nos aguantó la puerta, y para sorpresa nuestra ni siquiera se dignó a despedirse. Esto fue sólo uno más de sus detalles infantiles y bordes, maleducados e incomprensibles. Como se dice en mi pueblo, «que lo aguante quien quiera», que yo hasta que no tenga una explicación me desentiendo de tamaño personaje.

Lo mejor de todo fue que su amigo había venido de propio a verle, y a unas horas de su vuelta a España, Darío llevaba día y medio sin hablarle ni mirarle a la cara. Suponemos que fue porque nos pasamos un poco por la noche, pero desde luego el señorito perdió toda la razón que pudiera tener con la estupidez que le acompañó durante los días siguientes.

Un crío hubiera tenido esa reacción, pero le hubiera dudado media hora. Dado que esta vergonzosa actitud no tiene explicación, ni precedentes, ni sentido, llegamos a la conclusión de que realmente Darío había muerto el día anterior. Lo que seguía entre nosotros era un espectro de esos que si los tocas mueres. O lo que es peor, el universo implosiona y la vida en él desaparece. Ante la duda, no quisimos tocarle y tentar al destino. Lo dejamos marchar, y posiblemente gracias a ello la vida tal y  como la conocemos continuó.

Sorprendido por esta curiosa actitud, me despido por hoy.

Y au 😀

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