La semana pasada estuve de vacaciones en Gran Canaria con la bella doctora. Nos alojamos en un hotel que tenía su piscina, su spa, su buffet libre, sus jacuzzis en la azotea, y algo que me llamó la atención. En la puerta tenía un cartelito que ponía «Adults Only» (sólo adultos).
Esa fue una de las razones por las que escogimos ese hotel, pues nos garantizaba que no habría niños correteando y gritando. Que son adorables, sí, pero cuando los tienes gritando a tu lado y no son tuyos no son tan geniales.
Mientras los días anteriores estábamos buscando hoteles como locos, hubo algunos que quedaron descartados porque no tenían buffet, otros porque no tenían spa, y otros porque no nos quedó elección. Éstos últimos tenían otro de esos cartelitos: «Gay men only».
Curiosos cartelitos. El segundo garantizaba a hombres homosexuales que podrían tener un ambiente donde ir a ligar sin tener que preguntarse si sus posibles objetivos amorosos tendrían la misma orientación que ellos. Al ver esto pensamos: «Jo, este hotel está muy bien y no nos dejan entrar a ninguno de los dos, al uno por ser mujer y al otro por ser hombre heterosexual, vaya discriminación».
¡Anda! Resulta que me pareció bien que yo pueda tener un hotel donde los niños no puedan venir a molestarme pero no me pareció tan bien que a mí no se me permitiera entrar al otro.
Reflexionando sobre este tema llegué a la conclusión de que debería ser tan licito (mucho o poco) satisfacer mi necesidad (descansar sin niños) como la de los hombres gays que van a esos hoteles (poder encontrar gente con su misma necesidad sin incomodar a gente que no la tenga). Y, viéndolo así, yo no debería aplicar diferentes criterios dependiendo de si el problema me afecta a mí o a otros.
Y aquí viene el problema, ¿dónde está el límite? En principio que no haya niños correteando por un hotel podría parecer algo insignificante, pero excluir a mujeres y heterosexuales empieza a ser algo más peliagudo. Porque si esto nos parece bien, ¿qué pasaría si en otro hotel no aceptamos homosexuales? ¿Negros? ¿Extranjeros?
Tal vez es un ejemplo algo mundano, pero esto mismo puede verse a diario cuando nuestros políticos presuponen culpables a los hombres mientras hablan de presunción de inocencia para nuestro querido rey emérito. También cuando un presidente autonómico se queja primero de que el estado le oprime con un estado de alarma y después pide que el estado intervenga cuando las competencias le son devueltas. O cuando un iluminado aplaude manifestaciones y acosos a determinados líderes políticos y luego se queja de que hay gente gritando en la puerta de su casita.
Día a día, lo que está mal está mal cuando me afecta pero no cuando afecta a mi rival. Dobles, triples, múltiples varas de medir dependiendo del día de la semana. Éste es el mundo que estamos construyendo.
Yo no soy un lumbreras ni una persona con gran inteligencia emocional pero fui capaz de darme cuenta de que mi actitud no era coherente. ¿Por qué hay tanta gente que no ve el problema?
Ahí lo dejo. Ahora toca ir a Wesconsin a comer bien 🙂
Y au!
PS: El mundo parece más grande ahora pero volveremos a hacerlo pequeño en cuanto nos dejen 🙂