Ayer fui al partido a la Romareda. Un partido bastante decisivo: Real Zaragoza – Deportivo de La Coruña.
Hubo ocasiones mil para golear, el Zaragoza no paró de tirar, pero el balón se resistía a entrar. Con cada disparo todo el estadio pensaba “Esta sí, esta sí”, pero en ese momento algo fallaba, y el esférico no cruzaba la línea de gol.
Así fueron los 90 minutos, entretenidos, intensos, pero sin goleada. El Deportivo apenas tiró un par de veces, y se encerró en su área. La gente empezó a desesperarse.
Al partido se le prolongaron 4 minutos, que prometían ser agónicos. Necesitábamos al menos un gol para seguir pensando en la primera división, y si en 90 minutos no lo habíamos conseguido, nada hacía pensar que en 4 fuera a cambiar la cosa. Así que, como todos sabíamos, llegamos al minuto 93 y medio, cuando de repente… Falta cerca del area visitante.
El saque fue UNA MIERDA, hablando claro. Hubo un rebote algo extraño, y cuando el balón iba a salir por la línea de fondo, Sergio García la paró, y le regaló un balón cantado a Ayala….
Sí, en el minuto 94 el Zaragoza había marcado el gol que le daba los 3 puntos. La alegría se apoderó del estadio en lo que fue la celebración más larga que recuerdo.
Pues así fue.
Ese partido me pareció como la vida misma. A veces nos esforzamos en hacer las cosas bien, pero no hay forma. Sieeeeempre pasa algo que tira nuestra ilusión al suelo. Pero, ¿qué hay que hacer? Ser cabezón, y seguir intentándolo hasta que salga. Cada fallo nos abre un camino nuevo que a lo mejor no habíamos planteado, y una oportunidad de conseguir que el próximo intento sea el bueno.
Nada, a aplicarse esto en todos los ámbitos de nuestra vida, paciencia y ánimo. (Véase en los examenes, que están al caer, y la enculada puede ser fina como no me ponga manos a la obra YA).
Con la ilusión de haber amortizado el PASTÓN que cuesta mi abono, me despido…
He dicho.