Noches extrañas últimamente…
Acostarse a altísimas horas de la madrugada se está convirtiendo en costumbre. Lógicamente, después de unas cuantas horas de programación improductiva, la cabeza todavía te sigue dando vueltas en la cama. Tanto es así, que estuve un buen rato meditando sobre este tema:
La cosa es que ayer iba a dejarle una nota a mi padre, y caí en algo en lo que no había pensado.
Cuando llamamos por teléfono a alguien, queremos obtener respuesta en el momento. Cuando escribimos una carta o un email esperamos que el mensaje llegue a la persona en cuestión lo antes posible, para que nos conteste también lo antes posible. En cambio, dejar una nota en la nevera es algo diferente.
Quien deja un mensaje pegado a la nevera no espera que llegue a su destinatario, sino que sea el destinatario quien llegue a la cocina y vea la nota. Es una forma de comunicación diferente, y aunque esto es una chorrada (como todo lo que suelo escribir aquí), me parece algo mágico.
Es algo especial. Quien lee el «Llámame a las diez, tengo que hacer recados» está leyendo un mensaje del pasado. Si la nota es un recordatorio que tú mismo te escribes, es como si el «tú» del pasado te dijera algo ahora. Como si una conciencia te dijera lo que tienes que hacer. No sé, pero la idea me parece sorprendente.
En momentos poco lúcidos puedes dejarte un mensajito e irte a dormir, que cuando despiertes tendrás un mensaje de aquel jilipollas con sueño pidiéndote que termines su tarea. En momentos en los que te sobra el dinero puedes dejarte un billete de 500 euros y olvidarte de él. Y será cuando pases hambre cuando veas esa notita diciendo «Tío… menos mal que guardé esto para tí», con un billete morado del tamaño de una manta de picnic ahí en la nevera.
Es una bobada, pero este tipo de comunicación ha existido siempre. Hubo a quien una señorita guapa se le apareció de la nada un día y decidió dejar constancia de ello, de la admiración que sentía. A día de hoy, tenemos la Basílica del Pilar, que nos recuerda lo atractiva que era aquella dama, y la buena mercancía que llevaba el camello de aquel señor.
Con los músicos, pintores y demás pasa lo mismo. Para ellos había dos opciones. O lo hacían por gusto, o era como mis prácticas de Laboratorio de Programación: algo que te toca hacer, que no se te valora como debería y que hacerlo aparentemente no sirvió para nada. Lo que ellos no sabían, es que ese «mensaje» lo recibirían millones de personas muchos siglos después, y que ese mensaje seguiría siendo válido aun después de todo ese tiempo.
Otro ejemplo chorras, ¿quién le iba a decir a un dinosaurio que pastaba tranquilamente por el prado que daría trabajo a gente, tropecientos millones de años después?
Pues nada… ahí queda mi reflexión. Ahora hay que irse a casa y seguir haciendo cosillas.
Y ya está 🙂