Cansado de las P*T*S prácticas de Inteligencia artificial, de las neuronas, y del tío Mablab, voy a desahogarme un poco, y os voy a comentar una cosa que me repatea los higadillos.
Y es que, definitivamente, lo mío es la mala suerte. Creo que Murphy ya afirmaba algo parecido en sus teorías, pero si no es así, lo voy a afirmar yo.
Las minas antipersonas abundan en lugares públicos. La gente, no sé si por hacer la gracia, por cerdos, o por descuidados, dejan sus «regalitos» (o los de sus fieles animalitos de compañía) en los sitios más accesibles para los pobres desafortunados que, como yo, acabamos con el culo encima. Esto puede verse en cualquier sitio, como por ejemplo parques, jardines, plazas, avenidas, callejones y demás.
Está científicamente probado, que si en un campo de cesped de aproximadamente 25 hectáreas, un DESALMADO no limpia las «caquitas» de su perro, cuando yo decida sentarme en el cesped para descansar, pondré mi trasero justo encima. Eso es un hecho empírico e indiscutible, que con 21 añazos (casi 22) de experiencia, nadie podrá rebatir.
Pues bien. Hoy he descubierto algo inédito. Y es que las mierdas de perro (por empezar a llamarlas por su nombre) ya no son el único tipo de minas antipersona que podemos encontrarnos en una ciudad. Los chicles (gum, goma, chiclés y demás sinónimos) son también un poderoso medio para atentar contra la tranquilidad de pringaos como yo.
En esta ocasión, y para agravar el asunto, los hechos han ocurrido en esta nuestra universidad. Concretamente en la Facultad de Filología, donde como cada fin de semana, he decidido pasar mi tarde de estudio.
Yo notaba que cada vez que me levantaba, mi culo estaba pegado a la silla. Ignorante de mí he pensado: «Buah, la silla está sucia». Pero claro, conforme me he ido sentando en otras sillas, he descubierto que o todas ellas estaban sucias, o realmente era mi pantalón el problemático.
La horrorosa confirmación ha venido de dos chicas, una rubia (teñida, y no hablaré de las rubias de bote en esta ocasion) y otra morena con las muñecas y los dedos cargados de oro. He pasado al lado, y he visto como, con todo su disimulo, me miraban el culo.
En principio, y conociendo mi increíble atractivo físico, he pensado que estaban haciendo como el resto de las féminas de la sala: ADMIRAR LAS MARAVILLOSAS VISTAS que ofrece verme de pie. Pero cuando han empezado a reírse a carcajadas, he decidido que había 2 nuevas opciones:
a) Mi atractivo está mermando: Eso es ALTAMENTE improbable.
b) Lo que «ensuciaba» las sillas estaba en mi pantalón.
Unos segundos de inducción matemática y la aplicación de variados métodos aprendidos en Matemática discreta, seguidos de una prueba empírica (me he tocado el culo) me han llevado a la solución del problema:
TENGO UN CHICLE DE MENTA PEGADO EN EL CULETE
Jajaja, sí, así es. Pero bueno, no pasa nada. Un accidente lo tiene cualquiera.
Lo que sí que me gustaría es hacer un llamamiento a toda la gente del mundo mundial:
No seais tan cerdos, coño. Tirar un chicle a la papelera (o como yo hago, tragártelo) no cuesta nada. Si lo tiras a la papelera cojonudo, y si te lo tragas, lo cagarás en menos de 36 horas. En cuanto a las «bolitas de amor» de vuestras mascotas, 2 opiones. O las recogéis, o les enseñáis a ir al baño, como a las personas.
¡CERDOS!
Y ya está 🙂
Joder lois, ya es mala suerte…
Aprovecho para cagarme en cierta gentuza que pega los chicles o directamente sus gargajos verdosos en los pomos de las puertas o timbres, de forma que te los comes de lleno antes de que te des cuenta.
Los iba a meter yo en un barril de cal viva por listos.
Salud!!