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El legionario del chino y el conductor cantarín

… Todos locos …

Es la única forma lógica de empezar a escribir que se me ocurre ahora mismo. Hoy ha sido un día de personajillos curiosos, y por eso voy a contaros un poco lo que ha sido.

Después de comer he bajado a mi tradicional café en el chino de enfrente de mi casa. Por el camino he visto a un señor con sombrero de legionario (verde, militar de esos con pompón), un perro cazador negro y pintas de «España, una, grande y libre». No le he prestado especial atención salvo por lo del gorro, y me he metido al bar.

Ya en el bar, he pedido mi café con hielo. El personaje ha entrado a pedirse una cerveza, dejando al perro sin atar en la puerta. El perro, todavía joven y curioso, ha entrado a ver qué se cocía en ese lugar que no había visto. Tal cual ha entrado, el señor le ha dado una pseudo-patada (de esas que sólo son para asustar, sin llegar a golpear) y el perro ha vuelto a la calle. Hasta aquí todo… normal, salvo otro pequeño detalle que todavía no os he contado:

El perro negro al que gritaba y pseudo-pataleaba se llamaba MORO.

Ya nos hemos sentado en la terraza y ha venido un adolescente extranjero, presumiblemente rumano o de algún país de alrededor. Le ha preguntado al señor a ver si podía darle algo de dinero, y el diálogo ha sido tal que así:

– Perdone señor, ¿no llevará 50 centimos para darme?

– ¿50 céntimos yo? Me los tendrías que dar TÚ a MÍ, y no al revés…. ¡Será posible!

– ¿Por qué, señor? No entiendo, no tengo trabajo.

– Vamos a ver, niño. Yo tampoco tengo trabajo, y ¿Sabes quién me mantiene? Españññña (con voz orgullosa como en tiempos de mis abuelos), igual que a ti. Españññña te mantiene. ¡Moro, muérdele! ¡Mátalo! ¡Ataca!

El perro, obviamente, ha seguido a lo suyo. Estaba todo entretenido comiendo cacahuetes que había en el suelo. El joven pedigüeño se ha ido sin rechistar, y yo, estupefacto, no he llegado a entender por qué el señor debería recibir esos 50 céntimos en lugar de darlos. No lo he entendido, pero en fin…

Tras acabar mi café me he ido a unos parques cerca de mi casa a pasear un poco. Y en un paso de cebra he oído gritos. Me he vuelto hacia el lugar de donde procedían, pero no he encontrado quién gritaba. Enseguida he entendido lo que ocurría, cuando una furgoneta ha girado en esa esquina. El conductor era un señor que iba, con las ventanillas bajadas y cantando algo como esto:

– ¡Menuda mieeeerrrrda de lugaaaaaarrrr! (repetidas veces, con distintas melodías y ritmos, pero siempre a grito «pelao»).

Como decía, todos locos. Tanto que tenía que ponerlo aquí para compartirlo con el mundo. Tal vez el amigo de Españññña y el conductor me lean y se rían un rato recordando sus respectivas hazañas. O tal vez no, quien sabe.

Pues ale, otro día más, mis pequeños padaguanes.

Y au! 🙂

PS:   … ¿O qué? 

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¡Chaf! Café por la furgoneta

Hoy toca anécdota, otra vez 🙂

Hoy he quedado con mi amigo Antón para tomar un cervezuelo y ponernos al día de nuestras vidas. Hacía bastante que no nos veíamos, así que hemos acudido al Valdai a charrar un ratico y demás.

A nuestro lado había dos señoras entraditas en años conversando amigablemente mientras echaban un café. Una se estaba echando un café con leche y con hielo. La otra llevaba un perro metido en una mochila. Cosas curiosas, oye.

Mientras yo hablaba con mi amigo, he oído un «¡Ala! Ya me canso». Intuitivamente he vuelto la mirada hacia las dos curiosas mujercillas. Y lo he hecho justo a tiempo para presenciar el gesto que va a continuación de la exclamación. La señora ha tirado su café hacia atrás, a la calle.

Se ha oído un ruido del hielo estampándose con una furgoneta que había detrás, y es entonces cuando nuestra protagonista ha entendido la jugada. Había una furgoneta aparcada justo detrás suyo, y sus desechos han golpeado la carrocería.

Ahí es cuando yo no he podido contenerme y me he empezado a partir el c*l*. Teníais que ver el café todo esparcido por la puerta de la furgoneta. Jojojoj 😛

Ella podría haberse avergonzado, haberse puesto colorada, pero NO. Nada más lejos de la realidad, ha seguido la estrategia de cuando nos tropezamos con un bordillo en un sitio concurrido. Consiste en dos pasos muy conocidos:

1. Comprobamos que nadie se ha dado cuenta. (Su desilusión ha sido obvia cuando ha visto que yo me había percatado).

2. Hacemos como si no hubiese pasado nada.

Pero esta señora tiene experiencia, y ha añadido el tercer paso, de su propia cosecha. A los dos anteriores ha añadido el comentario siguiente:

3. ¡Bueno… me ha pillado confesada!

Sí, señores. Además de cochinota, la señora se lo ha tomado con humor y naturalidad.

Por su desparpajo se ha ganado una entrada en éste mi blog.

Pues nada, con la anécdota del día me despido por hoy, que toca dormir.

Y au! 🙂

PS: ¡San Pepe!

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Cómo matar con un café con hielo

Hoy os voy a explicar cómo podemos deshacernos rápidamente de alguien a quien odiamos sin dejar rastro.

Para ello, sólo necesitamos 3 cosas:

1. Conseguir un puesto de camarero en un lugar frecuentado por la víctima.

2. Esperar a que llegue el verano.

3. Fijarnos que lleve camiseta o camisa blanca.

Estos tres ingredientes pueden ser letales para nuestro desgraciado ajusticiado, si se combinan en un mismo día y estamos lo suficientemente atentos.

Una vez tenemos todo lo necesario, esperamos a que el susodicho venga a la barra a pedirnos un café con hielo. Perfecto, ya lo tenemos ahí, de hoy no pasa. Preparamos el café sin añadir ninguna otra sustancia venenosa. Ponemos los hielos en un vaso de tubo, tres es suficiente.

Lo más importante es colocar cuidadosamente el último hielo. El culo debe quedar hacia arriba, la parte redondeada hacia abajo.

En ese momento, ponemos el aire acondicionado a todo gas, es verano y todo el mundo lo agradecerá. Lo que nadie sabe es que Murphy hará el resto. Os comento:

Nuestra víctima empezará a tomarse su bebida. Existe un teorema internacionalmente aceptado que dice  que cuando se lleva ropa de color blanco impoluto acabará manchándose con cualquier sustancia que deje manchas oscuras, como el tomate o el café. Esto es tan cierto como la que si dejas caer un objeto caerá.

De modo que, con el hielo que cuidadosamente hemos colocado al revés, el café irá a parar a la camiseta de nuestro amigo, que irá corriendo al lavabo a limpiarse con abundante agua, con la esperanza de que las manchas desaparezcan.

Pobre iluso, no sólo las manchas no se irán, sino que además cogerá un resfriado con el aire acondicionado. Eso sólo puede desembocar en una neumonía (o pulmonía, o como quiera que se llame eso), mortal de necesidad.

Listo, en unos días dejaremos de ver a esta persona, sus familiares llorarán y tú estarás tranquilo para el resto de tu vida. Nadie podrá relacionarte con este desgraciado incicente. Sin culpables, sin testigos, sin riesgos, sin tener que comprar venenos…

Nadie me cree, pero los hielos se colocan de una determinada manera por alguna razón. Como en la vida misma, el culo va a bajo, el pezoncillo arriba. Si no se respetan los órdenes las cosas acaban como acaban, con la camiseta llena de café y toda la tarde por delante en la que seguro que te encuentras a alguien conocido.

Tened cuidado, jóvenes míos…

Y au! 😀

 

 

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¡10 euros en un bar!

Hoy tengo una anécdota de las que me gusta contaros.

A eso de las 6 de la tarde, me ha apetecido un pincho de tortilla de patata, así que como con el embarazo no puedo dejar insatisfechos mis antojos, he entrado al primer bar que he visto, en plena calle Alfonso. El bar estaba a petar, porque todo el mundo quería ver a sus Majestades los Reyes Magos en su paso por Zaragoza.

Con mi pincho de tortilla calentito, he metido la mano en el bolsillo, y me he topado con un papel de publicidad que me habían dado poco antes, con la pinta de un billete de 10 euros, pero  con algunas letras y tal. Al verlo ahí tan mono, he tenido una idea genial. Llevar a cabo un experimento social, estratosféricamente cataclíptico, con tintes tenues de celebérrima y nigérrima magnificencia. Sublime, misericordioso.

El experimento consiste en resolver el siguiente enigma. ¿Cuánto duraría un billete de 10 euros encima de la barra de un bar, sin nadie que lo custodie?

Como los billetes de 500 euros se me habían acabado en ese momento, he doblado convenientemente el que me habían dado de publicidad, con el fin de ocultar las letras que no estarían en un billete de verdad. A continuación, lo he colocado en un rincón de la barra, lo suficientemente alejado de las camareras como para que no se lo llevaran, y me he encendido un cigarrito.

Los resultados han sido los esperados, ni más, ni menos.

Mientras yo fumaba y terminaba mi café, una mujer mayor (de las que van con el «taperguare» siempre en el bolso, por si las moscas), ha pasado junto a nuestro amiguito el billete, al que voy a llamar Simón. Lo ha mirado, y ha pasado de largo con cara evidente de «Volveré».

Poco después, un hombre hablando con el móvil también se ha percatado de que Simón estaba solo, en la barra. Lo ha mirado, ha dado un par de vueltas, y ha puesto la mano con disimulo, como apoyándose. Ha cogido a Simón en sus garras, lo ha mirado a los ojos, y tras ver que era un impostor lo ha arrojado al suelo.

Yo he empezado a partirme el C*L* de risa, y el hombre también, al darse cuenta de mis oscuras intenciones.

He vuelto a colocar a Simón en el mostrador, con la esperanza de que la señora Terminator volviera. Efectivamente, así ha ocurrido. Pero esta señora no ha tenido miramientos. Caminaba directa hacia nuestro pequeño y falso amiguito, sin mirar nada más que el gran tesoro que yacía en la barra. Y entonces…

¡PLAF! Manotazo al billete. Yo ahí no he podido contenerme más, y al ver su cara de decepción, ya he empezado a reírme, esta vez a carcajada limpia. Tanto es así que la camarera me ha dedicado una mirada de pocos amigos, y un grupo de amiguetes italianos que había hablando a mi lado se ha callado de repente.

Con este panorama, he decidido abandonar el local y seguir con mis quehaceres.

Sólo tengo una cosa que decir: ¡Qué maravilloso es este país!

Y ya está 🙂

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Eeem… ¡NO! – El desenlace

Último día de tocadica (bowling) en la capital maña.

Un buen puñado de horas de sueño, un café largo los 3 tontos y la jefa, y un par de croquetas, ya sólo 2 de los 3 tontos. Ése ha sido el resumen del día. Por no sumar las películas de Regreso al futuro (I y III) que han caído por la noche.

Pero bueno, esto no es lo más importante del día. El verdadero motivo de este post es una experiencia reveladora. Un acontecimiento reconfortante, tranquilizador, orgásmicamente redundante y a la vez tan misericordioso y sublime como una abrumadora y nigérrima encefalopatía con tintes paupérrimamente jubilosos.

(NOTA: ¿¿¿Qué C*J*N*S habrá querido decir todo eso???)

A lo que vamos.

Supongo que todos recordaréis a la bella damisela que me negó su mechero hace algunas semanas. Para quien no la recuerde, os pongo el enlace para que veáis el principio de esta historia de amor:

https://loixiyo.com/eeem-no

Hoy también estaba en mi bar, y tras abandonar el recinto «ella la cosa», le hemos preguntado al camarero. Él nos ha dicho que esas prácticas amables por parte de nuestra educada y amable señorita se repetían contínuamente, y que ha llegado a escuchar cosas como:

– ¿Mechero? ¿Y por qué tendría yo que dejarte mi mechero?

Todo tipo de contestaciones, cada cual más encantadora salen de la boca de esa víbora que sólo hace que escuchar conversaciones ajenas mientras te mira por encima de sus gafas, con su cigarro en la boca y el cubata en la mano.

Qué rencoroso estoy pareciendo, pero qué a gusto me quedo hablando de ésta personajilla. La cuestión es que me ha alegrado ver que definitivamente yo no soy el malo. No soy el tío que le cae mal, sino que esta señora está en contra de todo el mundo. Es así la mujer, o como bien digo a veces: NECESITA urgentemente un poco de amor 😛

Pues nada, con la alegría de saber yo no soy el único pringadillo, me despido por hoy.

Y ya está 🙂

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Eeem… ¡NO!

Da gusto ver la tacañería de la gente en algunas ocasiones. Y es que no tengo claro si es que el gas de los mecheros es caro, si la tía tiene un marido con poco saque, o lo que ha podido pensar de mí.

En el Valdai (mi archiconocido bar) hay una mujer a quien más de una vez he sorprendido escuchando mis conversaciones con diversos colegas. No sé si lo que estamos hablando sería interesante o si es que se aburre, pero la cuestión es que ahí la tenemos, siempre con los oídos puestos en conversaciones ajenas, como quien no tiene otra cosa mejor que hacer.

Hoy he llegado, como es costumbre, a pedir mi tradicional café con hielo, esta vez para llevar, puesto que tenía una reunión a la que iba a llegar tarde si no me daba bastante prisa.

Uno de los camareros me ha preguntado qué tal había acabado el curso, y hemos mantenido un pequeño diálogo de apenas un par de minutos, mientras la otra camarera me preparaba mi café, y mientras yo, para ganar tiempo me liaba un cigarrito.

Ha sido entonces cuando he caído en la cuenta: NO LLEVABA MECHERO.

En principio esto no suele ser problema. La solución es rápida, hay que mirar alrededor para ver quien lleva mechero y pedírselo amablemente. En este caso, ELLA (la dulce orejas) estaba a mi lado, y por supuesto estaba escuchando mi conversación con el simpático y joven camarero. La tremenda y «amable» mujer tenía su paquete de tabaco con el mechero encima. De modo que mi frase ha sido sumamente educada, y veamos su respuesta:

– Oiga, perdone. ¿Puede darme fuego, por favor?

– Eeeem … ¡NO!

Y ahí ha sido cuando con toda la tranquilidad del mundo ha guardado el mechero en el bolso para que yo no lo cogiera.

Al principio pensaba que estaba de coña, y que a continuación diría algo como «Que sí, tonto, aquí tienes». Pero de nuevo: NO. Ni me ha vuelto a mirar, ha seguido con su cara de perro mirando al frente e ignorándome. Menuda cara de TONTO se me ha quedado.

Así pues, mi post de hoy va dedicado a la mujer de cara de perro, oído agudo y gran amabilidad: GRACIAS, PRECIOSA.

Desde Anda a cascala!, le mando un afectuoso saludo.

Y ya está 🙂