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2022: Un año para recordar

2022 es un año para recordar, lo hablaba el otro día con la Bella Doctora. Y es que ha habido de todo, momentos buenos, malos, durísimos, miedos, alegrías, cambios en el trabajo, reencuentros con viejos amigos…

Por eso, y porque desde que la pequeña Alicia nació mis neuronas tienen memoria bastante limitadica, he decidido escribir esta entrada, porque no quiero que dentro de unos años me pregunte «¿qué pasó en 2022?». Está claro que hay hitos importantes que no olvidaré, pero hay otros que con los años pueden ir quedando en segundo plano, tercero, cuarto… y finalmente caer en el olvido. Así que veamos esa lista de cosas :-).

Mi viaje por el mundo en solitario

Siempre había tenido una ilusión: irme solo por el mundo y pasar unos días conmigo mismo. Este año mi vida estaba a punto de cambiar así que mi fiel compañera de viajes me dijo: «Adelante, no te quedes con las ganas, que es un sueño que tienes». Dicho y hecho, me cogí los vuelos y me fui 10 días a Washington y Nueva York.

Fueron unos días muy especiales, pasé mucho tiempo a mi aire, sin distracciones, llevando horarios locos como a mí me gustaba hace unos años, organizando mis días como me apeteció y viendo frikadas de lo más variado: cementerios, arquitectura masónica, el museo de Friends (esto me lo regaló la Bella Doctora) y otras cosas no tan turísticas como una estación abandonada o una «falsa casa» en Brooklyn que en realidad era una puerta para los bomberos o algo así.

Proyecto Mini-Yo

Desde hacía ya algún tiempo la idea de tener hijos nos venía rondando por la cabeza. Como en nuestro viaje de novios estuvimos en Tanzania los médicos recomendaron dar un margen antes de encargar el Minion. Por eso esperamos hasta principios de este año para ponernos manos a la obra.

Por aquel entonces no lo sabía, pero cuando cogí el avión a Estados Unidos mis pequeños soldaditos ya habían cumplido su misión. Así que la semana después de volver del viaje hicimos varios tests de embarazos en días distintos (porque el primero yo me lo tomé como «bah, fijo que es un falso positivo») y recibimos la buena noticia: Mini-Yo saldría a producción hacia el mes de noviembre.

Cambio en el trabajo

Llevaba varios años queriendo un cambio en mi vida laboral. Y no, no es que no me gustara lo que hacía, pero necesitaba salir de mi zona de confort después de más de 10 años en el mundo de la Web. Así que, como quedaba una vacante en el equipo de DevOps, ¡ahí que me fui!

Fue un reto interesante, no sólo a nivel profesional sino personal. Es una antigua tradición que los equipos de desarrollo y los de DevOps no se lleven bien, así que el movimiento me pareció una buena oportunidad para intentar sembrar la paz entre ambos mundos. Veremos si con el tiempo recogemos frutos güenos, güenos.

Compra del piso

Pues seguimos para bingo :-). Ya en 2020 habíamos empezado a mirar pisos pero ninguno nos había convencido lo suficiente como para dar el salto. Este año nos dio por hacer otra ronda y encontramos uno que nos pareció que podría ser nuestro nuevo hogar. No tenemos fecha de entrega, todavía lo están terminando de construir, pero estamos muy ilusionados. ¡Paciencia!

Viaje con la Tinki-Winki

Siempre había querido hacer un viaje con mi amiga, «La nómada loca». Este año, para Semana Santa, la Bella Doctora y yo decidimos retomar ese viaje a Londres que la pandemia nos hizo cancelar, y a última hora se nos ocurrió preguntarle si quería coger a su hungarillo prometido y venirse con nosotros.

¡Pues hale, a Londres que se vinieron! Pude matar dos pájaros de un tiro, visité Londres y tuve el viajecillo con ellos. ¡Y lo contentos que se pusieron cuando les dimos el notición!

Conciertazo de Ixo Rai!

Después de 20 años sin verlos en concierto, el 23 de abril, día de San Jorge, Ixo Rai! dio un lo que en principio sería su último conciertazo. Fui con la Bella Doctora, con Alicia (aquí ya sabíamos que Mini-Yo tendría chorrete) y mi padre, el abuelo Paco, que era con quien yo iba a estas cosas de pequeño.

A mi padre se lo dije hace unos días, necesitaba que lo supiera. Ese concierto fue sin duda uno de los momentos más emotivos de mi vida por todo lo que había ahí concentrado (padre, esposa, hija en fabricación, día de Aragón, Ixo Rai!, banderas de mi tierra…).

Poco después se supo que harían una gira por Aragón y, aunque al principio fue un poco decepcionante, no tardé en decidir que, en realidad, viví «el último concierto» pero ahora tendría la oportunidad de verlos también en Huesca y en Zaragoza para El Pilar.

Y sí, el cierre de la gira lo hice con mi Hermano Hermano, el Hijo de Boston. Así que sí, «bro», el último 15 de Agosto lo bailé contigo :-).

Viaje a Escocia

Otro viaje que tenía pendiente era un recorrido por Escocia. Coger un coche y recorrer el país con la calma, visitando ciudades, lagos, bosques y todo lo que diera tiempo. Pero conforme iba avanzando el embarazo se nos iba haciendo más difícil seguir nuestras rutinas viajeras, poco recomendables para estos casos.

Finalmente nos decantamos por ir a Glasgow y Edimburgo y dejar para más adelante el tour completo. Además así podremos llevar a Alicia a conocer mis tierras (los 10 metros cuadrados que apadriné, jejej).

Fue un viaje tranquilo en el que pudimos disfrutar del tiempo necesario para ver todo con calma. Edimburgo es muy, muy chula. Mucha cosa estilo Harry Potter, cosillas de masonería, gente muy amable, cerveza… ¡Volveremos!

Y ojo, como sorpresa final, Basil, un buen amigo del Erasmus que estuvo desaparecido durante muchos años me escribó la última noche para decirme que poco después pasaría por Zaragoza. Así que, después es tanto tiempo, pudimos pasar una tarde juntos poniéndonos al día.

En resumen

Que me ha quedado el mejor año de mi vida, desbancando después de más de 10 años a mi casi insuperable año de Erasmus. Aquí la lista completa de cosillas que quiero poder recordar en un futuro:

  • Viaje en solitario a Washington y Nueva York
  • Proyecto Mini-Yo
  • Cambio en el trabajo
  • Compra del piso
  • Viaje con «La nómada loca» a Londres
  • Conciertos de Ixo Rai!
  • Viaje a Canarias
  • Viaje a Escocia
  • Viaje a Santander y el País Vasco
  • Bodas varias (Barcelona, Gijón, Santiago de Compostela y Rueda)
  • Reencuentro en Zaragoza con Basil, el suizo pródigo del Erasmus
  • Viaje a Valencia, ya con Alicia y reencuentro con Angel Goodmorning

Y eso es todo. Dejo unas fotillos a modo de resumen, y con esto me despido.

Os deseo unas felices fiestas y todo lo mejor para este año 2023.

Y au! 🙂

PS: Gracias por acompañarme

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El bus fantasma de Londres

Hoy os traigo una historieta de esas que te dejan los ojos como platos. Sabéis (y si no pues ya os lo digo ahora) que yo no creo en dioses, espíritus, fantasmas, demonios ni nada por el estilo. Pero lo que os voy a contar es, cuanto menos, sorprendente. Sentaos y disfrutar, queridos padaguanes, os pongo en situación:

Hace unos días estuve en Londres con la bella doctora. Lo teníamos pendiente desde la Semana Santa de 2020, año en que, como bien sabéis, la vida dio un vuelco completamente inesperado (no se podía saber, decía cierta carga pública) y tuvimos que abortar todos nuestros planes. Este año sí, hemos conseguido sacarnos esa espinita, pasar la Semana Santa por allí y patearnos la ciudad como nos gusta a nosotros. Solo que, en esta ocasión, tuvimos dos acompañantes inesperados, mi amiga la trotamundos y su futuro marido, el húngaro bajito. Os contaré más detalles sobre el viaje y mis impresiones sobre los ingleses pero por ahora vamos al lío.

Una noche, después de unas cervezas, decidimos que era buena idea coger un autobús hasta el hotel. Fuimos hacia la parada, a unos cuantos minutos andando desde el bar. Al doblar la última esquina vimos que, en la parada, estaba el autobús 94, ¡qué suerte! Se nos iba a escapar «en los morros» así que decidimos echar a correr con la esperanza de que el conductor se apiadara de nosotros. Mi amiga corrió rauda y veloz moviendo los brazos y el autobús, que ya había arrancado, frenó y se detuvo de nuevo.

¡Qué bien! Habíamos conseguido que esperara. Cuando mi amiga llegó al autobús los demás todavía seguíamos corriendo detrás y vimos que ella miraba sorprendida por las ventanillas. No entendimos qué pasaba hasta que lo alcanzamos…

El autobús estaba completamente vacío, sin nadie dentro, sin conductor, sin luces, sin motor en marcha. Dimos la vuelta alrededor por si el conductor había salido. No había nadie… Esperamos un par de minutos, tal vez hubiera sido un apretón y el conductor aparecería con cara de alivio y una sonrisa de oreja a oreja.

¿Dónde había ido? Los cuatro habíamos visto el autobús arrancar y parar para esperarnos.

Decidimos finalmente dejar este misterio como una anécdota del viaje y seguir nuestro camino hasta la línea Central, la roja, que tenía una estación 3 o 4 minutos andando. La rematadera fue cuando, ya a punto de bajar las escaleras al metro, el bus apareció con su conductor, sus lucecicas y sus viajeros felices dentro.

¿Cómo os quedáis?

Y au! 🙂

PS: Comeremos pizzas, veremos el LagoNés o nos comeremos un Kebab. Sobre la marcha 🙂

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Visita a un cementerio de San Francisco

La pasada Semana Santa estuve con la Bella Doctora en San Francisco. Habíamos estado hace dos años durante nuestro viaje por la costa Oeste de Estados Unidos con nuestros amigos, los portugueses, y nosotros dos volvimos con la sensación de que nos había faltado tiempo para visitar la ciudad más tranquilamente. Es por eso por lo que decidimos volver.

Tuvimos 6 días enteros para ver todo lo que nos habíamos propuesto y añadimos algunas cosas más que nos parecieron interesantes. Una de ellas fue el Cementerio Nacional, en el parque Presidio.

Fue un sitio que me hizo reflexionar, por muchos motivos. En primer lugar, llama la atención lo admirados y respetados que son los militares en Estados Unidos. Se les entierra con honores, se les recuerda y mucha gente visita las tumbas para rendirles homenaje. Había tumbas de militares del SXIX, de diferentes rangos, y también de sus esposas, pues las enterraban junto a los maridos una vez éstas fallecían.

No me imagino, y es una pena, que en España tuviéramos algo así. En primer lugar porque a los militares no se les tiene en tan alta estima como allí, y en segundo lugar porque no sé yo si mucha gente estaría por la labor, teniendo en cuenta que ni siquiera somos (son) capaces de ponerse de acuerdo en qué hacer con el Valle de los Caídos.

Otra cosa que me hizo reflexionar es la cantidad de símbolos que pueden encontrarse en las lápidas. Vimos cruces cristianas, estrellas judías, la escuadra y el compás de la masonería, lápidas que parecían rocas sin pulir, anillos, apretones de manos esculpidos, libros, palabras sin aparente sentido, águilas y otros muchos. Hay quien no prestará atención a esos detalles, pero a mí personalmente me parece muy significativo lo que una persona se empeña en dejar tallado en su tumba, que es lo que quedará de él con el paso de los años. Si alguien pone «Bártulo», seguro que quería decir algo, ¿no?

Me pareció un lugar muy interesante. Se respiraba un ambiente de absoluto respeto por la gente que allí descansa, y también de tolerancia ante la diversidad.

Me gustaría que llegara el día en que aquí, en España, viéramos judíos ortodoxos con sus tirabuzones sin que nadie los mirara con extrañeza. O que la gente no pensara en oscuras conspiraciones al decirles que eres masón. O cosas mucho más mundanas como poder vestir como te dé la gana sin que nadie se cruce de acera o esté a punto de sacarte una foto para mostrarla a sus amigos.

No hay muchas cosas que envidie de Estados Unidos pero, sin duda, su respeto hacia los símbolos nacionales y la normalización de la diversidad cultural, racial, sexual etc. sí son algunas de ellas.

Ale, otro día más :-).

Y au!

PS: No, hoy tampoco te digo que he escrito, si quieres entras y lo miras 😀

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Pizzapendencia y libertad

Libertad… esa gran palabra.

Se nos llena la boca cuando hablamos de libertad. Libertad por aquí, libertad por allá. Pero todavía tenemos mucho que aprender sobre ese concepto tan de moda.

Antes de nada, una aclaración: Me encanta la pizza.

Y dicho esto, vamos a poner un ejemplo absurdo, como a mí me gustan, para ilustrar la situación.

Partiremos de la idea de que tengo libertad de expresión ilimitada y que, en la misma proporción, soy un amante de las pizzas, en todas sus formas y colores.

Entonces, ¿qué hay de malo en que una mañana me levante y decida poner fotos de pizzas carbonara en todas las farolas de mi barrio? Si las farolas no son suficientes, puedo empapelar barandillas, balcones, y poner banderas de calzones en los ayuntamientos. No, no hablo de ropa interior, hablo de eso que es como una pizza doblada por la mitad. Vale, los ayuntamientos representan también a los que prefieren comer ensalada, pero, esos son unos fachas, no son aragoneses de bien.

Claro que, ahora que lo pienso, me gustan mucho los grafitti así que, valiéndome de mi libertad de expresión, estoy en mi derecho de dibujar pizzas hawaianas en cada paso de cebra y muro que vea medio vacío. También puedo usar esa libertad para que los niños me ayuden a empapelar el colegio, y para que se disfracen de pizzas cuatro quesos para carnaval.

Desde luego, soy libre para eso y mucho más y, cualquiera que no me permita hacer lo que me dé la gana sin ninguna consecuencia, es un fascista opresor que me roba mientras me trata como un colono esclavo, un señor feudal esperando a que me case para disfrutar del derecho de pernada.

Suena absurdo, ¿verdad? Pues es lo que está ocurriendo cada día y realmente asusta que se esté aceptando como normal en determinados sectores de la población.

Creo que queda claro que uno no puede hacer lo que le dé la gana. No puedo ensuciar las calles que son de todos, no puedo colocar símbolos sobre una ideología excluyente en lugares que representan a todos. No puedo inculcar, intencionadamente, ideologías políticas concretas en menores. No puedo… Y no puedo hacerlo por una sencilla razón:

Mi libertad termina donde empieza la de los demás.

Me gusta ver las calles limpias. No me gusta que haya bolsas de basura atadas al mobiliario de cada calle. No me gusta ver banderas contrarias a mis ideas en cada farola, ayuntamiento o carretera. No me gusta que mis hijos hipotéticos lleguen del colegio diciendo barbaridades con claros fines políticos que les han dicho los listos de sus profesores cuyo salario, por cierto, sale de mis impuestos.

Y, de la misma forma que yo tengo derecho a vivir en paz, sin que nadie se meta conmigo, tú tienes derecho a no sufrir mis excentricidades y, por supuesto, a no tener que pagarlas de tu bolsillo. Ni tú quieres ver pizzas todo el día, ni yo quiero ver lazos amarillos.

Y comento esto porque este fin de semana pasado estuve en Andorra y de camino tuvimos que atravesar muchos pueblos llenos de lazos y banderas independentistas, y la verdad es que me dio muchísima pena.

Al margen de lo que pueda pensar sobre el independentismo, creo que no es de recibo que una persona que no abrace esa ideología tenga que aguantar que todo el pueblo, cuyo cuidado también paga con sus impuestos, esté lleno de bolsas de basura amarillas partidas a trocitos y esparcidas por cada rincón. Vergüenza, rabia, pena… es quedarme corto.

No sé en qué acabará todo esto, yo sólo espero que quienes tienen la obligación de dialogar se sienten en una silla y hagan su trabajo. Y si no se sienten capaces, que presenten su dimisión y dejen que otro lo intente.

Me canso, me cansáis, me cansan.

Y au 🙂

PS: Si no es San Paco, Amsterdam no es mala opción

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La locura napolitana. Parte 1

Después de unos meses ausente he decidido escribir un par de entradas sobre mis experiencias vividas recientemente durante mi viaje a Nápoles, hace un par de semanas.

La ciudad me pareció muy curiosa, algo descuidada pero bonita, con contrastes alucinantes. Yo la llamé la ciudad del «y esto a qué viene aquí?», porque tan pronto veías el mar y al lado montañas altas, como un edificio precioso y al lado una iglesia abandonada. La comida es… simplemente italiana, y aprovechamos para comer lo típico, pizzas, pastas, café, helado y cosas por el estilo. Los postres bien también :-D.

Pero esta entrada la quería dedicar a la conducción napolitana. Si bien es sabido que los italianos conducen «de aquellas maneras», he de decir que en Nápoles la cosa es sencillamente surrealista, os voy a contar algunas (seguro que olvido más de la mitad) barbaridades de las que me encontré.

Resumiendo, pero no por ello exagerando ni diciendo cosas que no son ciertas, las normas no existen. La conducción allí avergonzaría a cualquier autoescuela y no es digna de un país civilizado, es surrealista.

Para empezar, las líneas continuas no tienen el significado de «esto no se cruza» que tienen en el resto del mundo. Allí son orientativas e indican por donde va el carril, pero nada te impide cruzarlas si lo consideras oportuno, adelantar en curvas con este tipo de líneas y demás.

Los pasos de cebras son meros elementos decorativos ya que nadie va a parar para que pases. Sabiendo esto, la gente cruza por donde le viene en gana, por cualquier sitio. Si estás en una acera y necesitas pasar, sólo tienes que cerrar los ojos, rezar, llamar a tus seres queridos por si acaso y cruzar. Los conductores no pararán pero si no haces movimientos bruscos te esquivarán para no atropellarte. Es algo realmente práctico ya que no tienes que andar buscando pasos de cebra ni esperando a que tu semáforo más cercano se ponga rojo. En España hay gente que incluso se disculpa si en un paso de cebra no le ha dado tiempo a frenar para que tú pases.

Los semáforos se utilizan de forma diferente. Un semáforo en ámbar significa lo mismo que uno verde, y uno rojo significa «si ves que viene alguien, espera a que pase antes de seguir». La gente rara vez los respeta si no es un cruce realmente grande (sí lo hacen en cruces de avenidas, por ejemplo).

Las rotondas también son un elemento curioso ya que, a diferencia del resto de países desarrollados, no aportan prioridad a quien anda dentro. Son simplemente una forma de organizar el tráfico en cruces complicados para que la gente no cruce por donde quiera. Pero al llegar a ellas la gente no frena, pasa igualmente. Parará únicamente el que más aprecio tenga a su coche esté dentro o fuera de la rotonda.

Las motos se usan como medio de transporte comodín donde todo es posible. Es frecuente ver motos con dos personas, tres, una portando un televisor, madres con niños sin casco, gente hablando con el móvil (puesto al cuello para tener las dos manos libres), niños de 11 años y demás. Adelantan en cualquier momento y situación, haciendo que conducir sea extremadamente agotador debido al grado de atención que tienes que mantener si no quieres dejar a alguien huérfano.

Más cosas… ¿conocéis las «isletas»? Son esas zonas rayadas con líneas que se supone que no se pueden pisar ni utilizar para aparcar. En Nápoles son parkings municipales gratuitos donde puedes dejar el coche sin problemas. No importa si hay policía (que la había) mirando, la gente las utiliza para lo que les da la gana. Aparcar la gente aparca en cualquier sitio: dobles filas, triples filas, bloqueando a coches de forma que no puedan salir… Sólo vimos un sitio donde la gente respetaba las señales de prohibido aparcar, el lugar reservado para los Carabinieri.

También llegamos a ver a gente que, en medio de una carretera de montaña, decidió parar en medio del carril para sacar fotos al paisaje. Claro, ¿por qué no? Si vas conduciendo no puedes sacar fotos, así que lo mejor es parar para no causar un accidente. Lo curioso es que la gente, lejos de pitar al infractor, me pitaba a mí por no querer adelantar en una curva sin visibilidad.

Los adelantamientos también merecen comentario. Y es que se puede adelantar con absoluta libertad. No importa si es una carretera de montaña en las que la velocidad media es de 40 km/h, una ciudad, una calle del centro de un pueblo, por la izquierda, derecha o incluso si hay más gente adelantando en sentido contrario. El día que alquilamos un coche hubo un momento que mientras a mí me adelantaba una moto en una curva, otra moto adelantaba a otro coche que venía de frente. Pero oye, que pasamos los cuatro y no nos matamos ninguno.

Si en algún momento te equivocas de dirección puedes parar, dar marcha atrás y hacer un cambio de sentido, nadie pitará.

Seguro que me olvido de cosas, pero a grandes rasgos todo lo que os he contado lo viví. La característica común al 99.9% de los conductores en Nápoles es el egoísmo, además de la poca vergüenza. Yo no podría ser así, pero bueno. Y lo peor es la pasividad de las autoridades. Con una semana de multas contundentes se acabaría la tontería, sacarían dinero para construir 3 hospitales y remodelar los edificios de toda la ciudad, y quitarían tantos carnets de conducir que el centro quedaría sin tráfico. Todo ventajas.

Tres cosas aprendí de mi experiencia conductora, una es una nueva expresión y las otras dos son verdades como templos:

– Hacer el italiano: Hacer una barbaridad al volante, lo más gorda que se te ocurra y con algún fin que para nada justifique tu infracción.

– Bajo ningún concepto homologaría un carnet de conducir obtenido en Italia para conducir en España. El resto de los países que hagan lo que quieran pero aquí no quiero muertos.

– He confirmado que Dios realmente existe, solo que está ocupadísimo en Nápoles salvando vidas y por eso apenas se le ve deshaciéndose de enfermedades importantes, evitando guerras o echando una mano en asuntos relevantes para el resto de la humanidad.

En cambio, sí que os voy a decir una cosa. Gracias a estas y otras cosas que os contaré en alguna entrada más, volví sintiéndome más orgulloso de ser español (a pesar de la corrupción y otros muchos problemas que tenemos aquí).

Y au! 🙂

PS: No preocuparse, haremos más viajes

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Segunda visita a Rivendel tras mi vuelta

Por fin y después de año y medio volví de nuevo a pasar unos días a Rivendel, tierra de rubias. En esta ocasión me incorporé a un viaje que la bella doctora había emprendido con sus padres para visitar a su hermana que está en Luleå. Yo aproveché que al volver querían pasar unos días en Estocolmo para unirme a ellos, hacer de guía y visitar aquellas calles que con tanto cariño recuerdo. Fue una grata experiencia, redescubrí muchas cosas que ya conocía y por supuesto me encontré con algunas nuevas.

La verdad es que me gustó ver que algunas cosas no cambian. Las hamburguesas del Max siguen tan buenas como las recordaba, las suecas tan suecas, mi viejo amigo madrileño tan «como siempre» (un abrazo desde aquí, por si me lee), la pizzería Buona Sera no defrauda, la voz sensual del metro, el encanto de Gamla Stan…

Otras cosas sí cambian, algún restaurante había cerrado, prácticamente toda la gente que conocía se ha ido de allí (o he perdido el contacto, cosa que aunque me dé pena también es comprensible), y la zona de Sundbyberg donde yo vivía está irreconocible.

En lugar de las obras que adornaron mi calle durante más de dos años me encontré aceras anchas, bares con terrazas y una línea de tranvía. Y mi edificio tampoco se salvó, me lo encontré todo «empapelado», cubierto de andamios y lonas. Parece ser que van a arreglar toda la fachada. Así que a poco más no reconozco esa zona. En cambio, pude pasear por el parque, ir al ICA a comprar especias mágicas del «Tío Ben» y coger mi Pendeltåg.  ¡Grandísimos recuerdos!

La próxima visita calculo que será en otro año y medio o dos, cuando las especias que compré se me acaben. Además tengo que probar lo que el señor Aldana, mi fiel compañero de fatigas me describió como «las mejores hamburguesas del mundo». ¿Qué será de mi vida para entonces?

Pues nada, otro día os cuento más cosas, ahora toca dormir.

PS: Redescrubiremos las Köttbullar otro día que llueva, no preocuparse 🙂