Por cosas como éstas suelen decirme que estoy fatal, pero creo que hoy es un buen día (como cualquier otro en realidad) para escribir esta entrada.
Cuando somos niños nuestra mente es inocente, sólo vemos bondad y nada nos resulta «raro». Conforme pasan los años nuestro cuerpo empieza a cambiar así como el de la gente que nos rodea. Empezamos a tener curiosidad por ver cómo ha cambiado el cuerpo de nuestras vecinas, nuestras hormonas se alteran y todas esas cosas que ya conocéis. Es entonces cuando empezamos a verle el sentido a cosas que hasta entonces no se lo veíamos. Vamos a ver algunos casos:
1. ¿Colega, dónde está la cola?
Hace unos años yo era monitor en un grupo de tiempo libre y tenía a mi cuidado chavalillos de entre 8 y 11 años. Un buen día en un campamento de verano estábamos haciedo una actividad en la que utílizábamos pegamento para pegar papel y se me ocurrió decirle a uno de mis niños:
– Esteban, por favor, ve a Luismi (otro monitor) y pregúntale dónde tiene la cola.
Esperé pacientemente a ver la cara de Luismi cuando el niño fue a preguntarle y…. ¡CLARO! Ocurrió lo que yo pensaba, Luismi empezó a partirse de risa ante la cara atónica del muchacho. ¿Qué diferencia hay entre la mente de Luismi y la del niño? Obvio, unos 25 años de diferencia :-).
2. La canción del velero
Realmente no entiendo como la gente no entiende lo mismo que yo. Cuando la canción salió al mundo mi cabeza interpretó lo que interpretó, pero no sé muy bien por qué todo el mundo con quien lo comento cree que estoy fatal. Ellos creen de verdad que es una pareja que se va en barco bajo el sol, y la muchacha le pone el sombrero al muchacho para que no se le queme la cara. Y…. ¿por qué juegan a pillar? ¿Por qué el gemidito inicial?
Veamos:
EDITO: El video ya no está disponible.
Tú me pillas, yo te pillo, te voy a atrapar… Quiero montarme en tu velero, ponerte el sombrero y hacernos eso… ¡Ay, ay, ay! Me sube la marea, tu cuerpo lo pide, juguemos a no pensar…
3. El primer hombre que pise tu luna…
¡Y todavía hay más! Hace unas semanas me fui a Jaca con la bella doctora. De vuelta a casa, en la radio sonó una canción de Melendi que de repente arrancó una sonrisa a los dos. No os lo voy a poner tan fácil esta vez, os dejo que lo busquéis vosotros.
EDITO: El video ya no está disponible.
Podéis escuchar la canción entera, la verdad es que me parece muy bonita. Pero si os interesa más comprobar si vuestra mente es normal o es como la mía, saltad al minuto 3:25 y escuchad con atención 🙂
4. Como anillo al dedo
Podría pegarme la vida con estas cosas pero para ir acabando os pondré una en la que no había caído hasta que mi compañero Almóvil la comentó.
Ayer en la oficina estábamos riéndonos porque hay una muchacha (o señora, no sé qué edad tendrá) que se llama Anette. Imagino que ella no le ve gracia porque es extranjera pero nosotros no podemos evitar sonreír cuando leemos su nombre a «la española».
En medio de nuestras risas, este compañero dijo:
– Mucho os reís, sí… pero a nadie se le ha ocurrido malpensar cuando hablamos de anillos, ¿verdad? Mirad, mirad: «¡¡Me viene como anillo al dedo!!».
P*to Almovil… nunca volveré a escuchar esa expresión sin sonreír 😀
Pues hasta aquí mi lección de hoy, mis queridos hobbits. Como véis, todo esto no resultaría para nada llamativo, ni mucho menos gracioso, si nuestra mente no experimentara cambios durante la pubertad.
Y au! 🙂
PS: Otro día de posguardia, estoy deseando que me preguntes cosas como «¿Tú cuántos días necesitas comer?»